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sábado, 1 de octubre de 2016

Edmundo Paz Soldán: "Hacer literatura es falsear la realidad"


Edmundo Paz Soldán, una de las voces imprescindibles de la narrativa hispanoamericana contemporánea, cumple 30 años de escritor, y su evaluación sobre el tiempo transcurrido abocado a su infatigable labor es "Que te das cuenta más rápidamente de cuando te estás equivocando".  
El autor boliviano fue libre en su expresión desde que decidió iniciar su camino en la escritura, por eso defendió a capa y espada su manera de entender la literatura y escribir sus  historias, de allí  que siempre su nombre estuvo rodeado de una aureola de polémica.  No dejaba pasar  nada y en forma reiterada salía a responder a las de numerosas críticas que lanzaban sus detractores.  
Hoy es diferente, le siguen afectando, pero deja que sigan su camino.  Esboza una sonrisa y a otra cosa.
Han transcurrido 30 años desde que en Buenos Aires decidiste escribir en serio, trabajaste duro y en 1990 publicaste en Bolivia Las máscaras de la nada,  tu primer libro. En aquel entonces, carecías de un proyecto literario, solo te importaba escribir, sin embargo querías crear tu propio universo literario apoyándote en tus referentes más valiosos: Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa y Frank Kafka, sin embargo, desconocías algo que todos te reclamaban: la tradición literaria boliviana. Es mejor escribir con conocimiento de causa, tener el respaldo del conocimiento previo aún teniendo en claro lo que se quiere hacer como fue en tu caso, ¿no es así?
Su primera novela
No estoy tan seguro de eso. A la larga sí, uno necesita conocer la tradición, saber con qué obras dialoga o no un proyecto, etc. Pero al inicio creo que te da mucha libertad el desconocer esa tradición. Te permite explorar otros caminos sin sentirte abrumado.
Los narradores y poetas denominados malditos e incluso ciertos periodistas de tu país criticaban tu obra alegando que en ella no estaba presente la Bolivia real, dónde se hallaban los trabajadores mineros y los campesinos, que a ti no te dolía Bolivia. Trataste de enmendar tu error con la novela Alrededor de la torre, pero fue peor. Abordaste el tema del racismo y tus críticos salieron a decir 'cómo podía hablar de discriminación racial alguien que no la había padecido'. ¿Cuándo te das por vencido y optas por ser tú mismo en la literatura?
Yo creo que con mis cuentos fui muy libre desde el principio. Las máscaras de la nada (1990), mi primer libro, fue escrito a partir de una idea de la literatura que no pasaba por el registro de lo histórico-social en el contexto nacional. Con la novela fue diferente. En mi tercera novela, Río fugitivo (1998), decidí enfocarme en el mundo que conocía más, en el de urbano, de la clase media de Cochabamba (mi ciudad natal), y situar la historia en el colegio católico y privado al que había asistido. Quería hablar de lo social, de la crisis política y económica de la Bolivia post-dictaduras de mediados de los 80, pero a partir  del espacio que me era más familiar.
¿En qué momento te das cuenta que es fundamental rescatar lo mejor de la literatura latinoamericana y romper con los estereotipos? Muchos escritores de tu generación padecieron los mismos problemas, no solo bolivianos sino otros de la región, y aunque el rechazo a un tipo de literatura que 'no refleja la realidad social, política y económica del país' todavía persiste, ¿te ha sido posible convivir con cierta paz con quienes 'sienten' su tierra de esa forma?
En cada país latinoamericano hay un cierto tipo de crítica nacionalista empañada en pasarle factura a autores que no están interesados en narrar la nación. Hay que asumirlo como parte del paisaje. Es una crítica que hace lecturas reduccionistas, pero allá ella.
Sin embargo, no se pueden negar las raíces, y se vuelve una y otra vez a los orígenes, ¿en qué aspectos de  tu literatura está presente la Bolivia más pura, la que reivindican tus críticos?
Lo que pasa es la que “Bolivia más pura” es una esencialización de los críticos. Se supone que esa Bolivia “profunda” es la Bolivia indígena, la Bolivia rural, pero creo que esa maniobra esencialista es la forma con que se ha construido una identidad nacional. Con tantos años viviendo afuera, no me siento menos boliviano que cuando vivía en Bolivia, pero me es inevitable mezclar, privilegiar lo impuro: en Iris están las tradiciones mineras, crónicas de Bartolomé Arzans, Interior mina de Poppe, algunos versos de Jaime Sáenz, y por ello creo que es una novela muy boliviana a pesar de que no transcurra en Bolivia. 
Desde que se planteó ser escritor se sintió libre
Te han llovido y supongo que te siguen lloviendo críticas, hoy pasado el tiempo, ¿cómo las asumes? ¿Te siguen afectando? ¿Respondes o las dejas pasar?
Durante mucho tiempo me metí en todo tipo de polémicas. Me encantaba responder a mis críticos. Eran peleas en cámara lenta, porque no había correo electrónico ni internet; todo se dilucidaba en los suplementos literarios de los periódicos, que se publicaban semanalmente. Hasta que un día, hace ya más de diez años, recibí otro ataque (“Paz Soldán, el escritor del modelo neoliberal”) y estaba a punto de responderlo cuando me di cuenta que me daba flojera escribir ese artículo. A partir de ese momento decidí que era mejor dejar pasar las críticas. Me afectan cuando veo que hablan de algo que se parece a mí o a mis libros, pero como la mayor parte del tiempo no es así, como parece que más bien están atacando a otra persona que no tiene mucha relación conmigo –o al menos yo no la reconozco-, entonces sonrío y paso página.
¿Qué riesgos has asumido con tu propuesta literaria? ¿Cuáles han sido tus victorias y fracasos?
Nos creemos muy abiertos con los géneros populares, pero mis últimos años de excursión en los territorios de la ciencia ficción me han hecho ver que buena parte del establishment literario hispanoamericano tiene serios prejuicios con este género. Lo aceptamos más cómodamente en el cine y la televisión, y en la literatura admiramos uno que otro autor, pero todavía lo vemos como un territorio adolescente. Es un riesgo trabajar en estos espacios, pero está bien que sea así. 
¿Has dicho que "lo ideal sería que la novela pudiera crear un mundo autónomo y no tuviera que depender de la realidad para legitimarse", ¿es eso posible sin falsear de modo rotundo lo que es? ¿Podría ser realmente consciente el lector de otros sitios de tus licencias o propuestas? Por ejemplo, que lo que cuentas en  tu libro de Bolivia, no sea cierto y solo pase en esa versión que has hecho de ella.
Hacer literatura es falsear la realidad. Hasta la literatura realista la falsea. El asunto es que ese falseamiento sea tan potente como para imponerse y convertirse en nuestra versión de la realidad. En otras palabras: yo no valoro a Jaime Sáenz por el hecho de que su versión de La Paz sea muy parecida a la “verdadera” La Paz, sino por el hecho de que en su literatura creó una versión mitificada de La Paz que me seduce y que atrapa cosas del imaginario simbólico de La Paz a partir de la distorsión consciente de ella.
Una de sus más importantes obras
Dijiste hace una década atrás que habías renunciado a leer la novela redonda, perfecta, obras maestras, sin embargo que te decantabas por las imperfectas de Philip Dick porque  te decían más, ¿hay algunas de las tuyas que se acerquen a ese nivel de imperfección o casi lo rocen?
No quisiera volver a publicar mis dos primeras novelas. Con eso creo haberte respondido.
¿La universalidad de tus obras es algo que te preocupe? ¿Te gustaría ser 'atemporal' pero no el sentido que le dan los críticos bolivianos al término?
Asumo el lugar inestable desde el que escribo, el hablar de Bolivia sin vivir allá, el ser escritor latinoamericano instalado en los Estados Unidos, el ser escritor latino en los Estados Unidos que escribe en español. Todas esas marcas tienen fecha, tienen historia. Los textos que sobreviven lo hacen a pesar de esas marcas. Si sobrevive alguno, bienvenido sea.
En Las visiones,  tu más reciente libro de relatos, has apostado por el 'mestizaje' o fusión de géneros  que muchos autores proponen y practican.  Haces uso de la  ciencia ficción, fantástico, literatura del horror, entre otros, ¿cuánto necesitabas de ellos para afronta o desarrollar las historias?
Hay ciertas cosas que quería contar en este libro para las que sentía que el modo realista no me alcanzaba. Escribía de una prisionera sometida a 23 horas al día de confinamiento solitario, torturaba para que se aniquilara su subjetividad, y pensaba que el género del horror me daba mejores elementos para enfrentarme a ese tema que la literatura realista; escribía de la nueva ética de la guerra, del uso de drones en el presente, y sentía que la ciencia ficción era ideal para trabajar ese tema, ese espacio. Por supuesto, otros escritores podían haber alcanzado conclusiones diferentes y tocar esos temas a partir del realismo puro y duro, pero desde mis lecturas de Borges, de Kafka, de Cortázar en los años del colegio que he aprendido que los géneros populares nos pueden ayudar a tener una mirada distorsionada sobre las cosas que, paradójicamente, nos permita verlas mejor. 
En este libro has creado un universo completo e incluso con un idioma propio, entiendo que te ha costado dos años de escritura, pero lo venías gestando casi desde el inicio de tu carrera. Iris es un mundo en caos, en guerra, donde hay torturadores y víctimas, y la población hace esfuerzos por sobrevivir, al margen de las visiones que padecen tus personajes, ¿es el día a día que experimentan (y sufren)  muchos pueblos en el mundo real en los tiempos actuales?
Lo que hace la ciencia ficción que me interesa es precisamente eso: aparenta estar interesada en hablar del futuro, hasta que de repente algo hace click y descubres que en realidad está hablando de tu presente. Varios cuentos de Las visiones nacen de artículos leídos en periódicos, son narraciones del presente desplazadas al futuro para que esa desfamiliarización me permita ver el presente con más claridad.
No le interesa la moraleja como parte de una historia
¿Qué has buscado o buscas alcanzar con Las visiones? ¿Lleva un mensaje o enseñanza dentro de sí?  ¿Tus historias tienen una intención siempre o es que los lectores acaban viendo una moraleja donde no la hay?
No me interesa la moraleja como parte de una historia, aunque sin duda algo se puede extraer o aprender de los textos que leemos. Con Las visiones yo buscaba escribir un contrapunto de Iris: si antes había escrito una novela de guerra, ahora quería algo más centrado en el día a día de la ocupación de una región; si antes la perspectiva era de los colonizadores, del imperio, ahora quería que predominara la mirada de la gente del lugar, los que hacen pactos con el imperio para sobrevivir, los que se rebelan a este y buscan su liberación. A la vez, quería que los cuentos de Las visiones pudieran leerse como textos independientes de la novela.
¿De dónde emergen tus ideas para las historias? ¿Vienen repente o las buscas?
Cuando comencé a escribir, las buscaba conscientemente. Con los años, con la práctica, uno va desarrollando un instinto para captar dónde hay una historia. A mí me vienen muchas de repente, lo que no quiere decir que las escriba todas. A veces escucho o leo algo y lo primero que me digo es “ahí hay una historia”. Luego viene un proceso raro, que puede durar meses, en el que esos múltiples big bangs se quedan ahí, flotando, hasta que de pronto emerge uno que está listo para ser escrito.
Buscas reinventarte continuamente, ¿cómo es ser otro sin dejar de ser tú siempre?
Hay pulsiones, hay obsesiones que se imponen por más que hagamos todos por esconderlas. Lo que hago es buscar nuevos disfraces sabiendo que algo invariable se las ingeniará para persistir en medio de todos los cambios.
Durante una de sus tantas presentaciones
Has saltado de los relatos a la novela sin dificultad alguna y en ellos siempre has brillado y logrado tus objetivos, ¿cuándo sabes que una historia debe ser contada en tal o cual registro? ¿Te has equivocado en la elección alguna vez?
Después de escribir Iris quise escribir una precuela. Llegué a las setenta páginas y me di cuenta que me estaba repitiendo. Y sin embargo, me quedaban cosas para explorar del mundo de Iris. Ahí se me ocurrió que lo mejor era explorarlas a través de cuentos y no de una nueva novela.
Eres una de la voces narrativas consideradas imprescindibles dentro la narrativa hispanoamericana contemporánea, todo un privilegio, pero ¿has cumplido con todas tus metas? ¿Todos tus sueños de escritor  se han cumplido?
Por suerte no me considero imprescindible y eso, entre otras cosas, me mantiene vivo e inquieto. Me falta mucho por cumplir, en eso estoy. 
¿Cuál sería el fin práctico de la literatura? Si lo tiene...
No sé si hay algo más práctico que releer una noche Pedro Páramo y sentirte en plenitud, con los sentidos aguzados, con una conciencia enorme de la maravilla estética y complejidad del lenguaje.
¿Treinta años no son nada? ¿Qué es lo más valioso de cumplirlos escribiendo?
Que tienes lecturas y escrituras que te acompañan, que has explorado muchos caminos, y eso te permite tener varios registros para abordar determinado proyecto. Que te das cuenta más rápidamente de cuando te estás equivocando. 


Si desean saber más del autor o sus obras
pueden pinchar
los siguientes enlaces:
https://es.wikipedia.org/wiki/Edmundo_Paz_Sold%C3%A1n
http://elpais.com/autor/edmundo_paz_soldan/a
http://paginasdeespuma.com/catalogo/las-visiones/