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lunes, 23 de junio de 2014

Juan Ramón Barat: “La literatura hispanoamericana es un árbol que está dando frutos continuamente"

Me dijeron con justa razón que entrevistar al escritor Juan Ramón Barat no tenía pierde, y que iba a aprender… y  claro que lo hice, y mucho. Hemos charlado de todo un poco, y con esa sencillez y honestidad que lo caracteriza, como dicen en mi tierra, se ha despachado a gusto dando sus puntos de vista sobre temas tan disímiles como el futuro de la poesía, su complicado rol de docente, dónde radica la belleza y hasta la seducción de la cocina.
Les invito a conocerlo, y si ya le conocen, pues aprendamos juntos un poquito más de este magnífico autor que acaba de alzarse con el premio Hache 2014 por su novela  Deja en paz a los muertos.

¿De dónde viene su predisposición a la escritura? ¿Estuvo con usted siempre o se dieron las condiciones para que fuese así?

Desde niño aprendió a amar la naturaleza
en estado puro 
Fue mi madre la que, sin ella saberlo, sembró para siempre en mi alma el amor por la literatura. Nunca olvidaré aquellas tardes junto al brasero, detrás de la puerta con cristales, mientras caía la lluvia sobre la plaza donde creció mi infancia. Vivíamos en una casa campesina y pobre de un pueblo de la huerta. Nos envolvía un olor de naranjas y de hierba recién cortada, de paja seca y estiércol de vacas. Mi madre cosía y yo escuchaba embelesado aquella tierna voz suya que me narraba lejanísimas e inolvidables historias de hadas, duendes, brujas y príncipes encantados que jamás han dejado de circular por mi corazón.
Mi madre, además, fue mi primera maestra. En el pueblo campesino donde vivíamos no había escuela de párvulos. Mi madre se ofreció para recoger a todos los niños de tres, cuatro, cinco años, a quienes enseñaba catecismo, canciones, juegos, narraciones…
Luego fui a la escuela unitaria del pueblo con un maestro nacional. Allí nos juntábamos niños de seis a diez años. Me encantaba el olor de los pupitres, la tiza, la pizarra, los estuches, los lápices… Pero sobre todos esos olores, destacaba el de los libros. Para mí, los libros tenían un olor fascinante. Y también me apasionaban las ilustraciones, los colores, los dibujos…
Yo creo que mi amor a los libros comenzó a gestarse con la lectura de tebeos y el ambiente de aquella escuela unitaria de la infancia rural. Más tarde, empecé a escribir versos en mi adolescencia, para ligar con las chavalas del instituto, pero con los años descubrí que las palabras me servían también para expresar todo lo que sentía, pensaba o deseaba.

¿Qué tanto aporta la vida rural al alma sensible de un escritor? ¿Cuán diferente sería su trabajo literario si no hubiese nacido y crecido rodeado por la naturaleza?

Yo nací en una aldea de la huerta valenciana. Vivía entre labriegos, aperos de labranza, vacas, olores de establo… Desde que tengo uso de razón, iba a la huerta con mis padres, a trabajar. Cultivábamos patatas, cebollas, todo tipo de hortalizas, y aquel ambiente iba moldeando mi alma. Gente pobre, años de miseria. Frío y lluvia en invierno. Verdor intenso en primavera. Veranos interminables. Sin darme cuenta, crecí enamorado de aquella vida campesina. Aprendí a amar la naturaleza en estado puro, a ver germinar las semillas, crecer las plantas, florecer los frutos. Aprendí a amar el ciclo de las estaciones en los árboles, las flores, la vegetación y los animales. Creo que en ese sentido, me parezco un poco a Miguel Hernández. Sin toda esa formación, yo no sería el  mismo, seguro.

Una de sus importantes obras
poéticas
¿Se puede decir que es más poeta que narrador? ¿En qué momento es más uno que lo otro?

Yo empecé con la poesía. Me gustaban los poemas de Juan Ramón Jiménez, Machado, Bécquer… que leía en los libros de texto. Luego llegaron Hernández, García Lorca y Neruda. Luego, otros. En mi adolescencia conocí los poemas de estos poetas, cantados por Serrat, por Víctor Jara, por Jarcha, por Alberto Cortez… y me enamoré perdidamente de la poesía. Reconozco que el poeta que me deslumbró definitivamente fue Miguel Hernández y yo tenía unos 20 años. Aquello fue un latigazo eléctrico. “De sangre en sangre vengo / como el mar de ola en ola, / de color de amapola el alma tengo / y llego de amapola en amapola / a dar en la cornada de mi sino”.
Empecé a publicar en la Universidad, unos versos. Luego, mi primer libro con 28 años. Y después, silencio hasta los 40 años, en que empecé a ganar premios de poesía: Torrevieja, Ateneo Jovellanos, Leonor de Soria, etc. Eran años buenos, años de frenesí poético; todo lo que tocaba lo convertía en materia lírica. Después me pasé al teatro y a la novela, porque también eran géneros que me habían atraído desde siempre. Fue difícil dar el paso, ya que cada género tiene sus reglas y su estética. Pero con trabajo e ilusión todo se consigue. Ahora mismo no sé qué soy: poeta, dramaturgo o narrador. Todo me gusta.

¿Cuándo sabe que es el momento de darle protagonismo a la poesía o a la narración? ¿A través de qué ideas o emociones se guía?

Es difícil decidir el formato a priori. Normalmente, trabajo con cierta disciplina. Tengo un archivo enorme en el que guardo carpetas con ideas: ideas para desarrollar en novelas, en teatro, en verso… Cuando decido empezar un proyecto, elijo el formato (verso, teatro, prosa) y me marco plazos de trabajo. Luego, voy como una máquina. Creo que el escritor debe ser disciplinado y serio en su trabajo. Todos los días, de cara al papel en blanco. Como un oficinista. Si decido escribir una novela, por ejemplo, me digo que tengo que escribir un número determinado de páginas por día. Pongamos, tres páginas. Así que al cabo del mes he de tener escritas 90 páginas. Al cabo de dos meses, 180 páginas. Luego habrá que corregir, por supuesto. Y en la corrección me tiro dos meses más. Si decido escribir un libro de poesía, hago más o menos lo mismo. Me planteo escribir todos los días un par de poemas. Al cabo del mes, debo haber reunido 60 poemas. Por descontado, hay que revisar y trabajar esos poemas.
La gente suele creer que el escritor debe escribir sólo cuando está inspirado. Craso error. El escritor debe escribir a todas horas. Es su trabajo. Lo que sucede es que hay días que está más inspirado que otros. Pero eso se subsana con técnica, oficio, esfuerzo y, sobre todo, ganas de hacer las cosas bien.
Las ideas y emociones surgen solas, a medida que uno va escribiendo. Dicho de otro modo, cuando uno se pone a escribir, tira mano de lo que hay en su cabeza, en su alma, en su interior. Tira mano de sus emociones, de sus tristezas y alegrías, de sus fobias y sus esperanzas. Ese mundo interior sale antes o después. Sólo hay que empezar a tirar del hilo.


Sus libros forman una crónica de sus existencia,
asegura
¿Cómo ha sido su evolución literaria? ¿Qué queda del escritor de sus primeros libros?

Por fortuna, empecé a escribir a los 40 años. Ya he dicho que publiqué algo en la Universidad, unos versos, y un primer libro de poesía con 28 años, del que no queda casi constancia. Pero mi obra real comienza ya en la madurez, así que no me arrepiento de nada. Antes de empezar a publicar en serio, había escrito y tirado a la basura kilos y kilos de poemas y de narraciones. Lo único que queda de aquel joven soñador de mi adolescencia es el espíritu, la mirada inocente, la ilusión, la misma perplejidad para contemplar el mundo.

Hay algunos escritores que no les gusta leer sus libros después de publicados, ¿usted vuelve a ellos en algún momento?

A mí me encanta releer mis libros. Es como releer mi propia historia. Cada libro encierra un tiempo de mi vida, inolvidable. Así que cuando releo uno de mis libros, vuelvo a la época en la que experimenté esas sensaciones. Es maravilloso. De alguna manera, los libros forman como una crónica de mi existencia. En ellos quedan reflejados todos mis sentimientos, lo que fui, lo que quise ser, lo que soñé, lo que perdí para siempre.

¿Cómo avizora el futuro de la poesía?  ¿Seguirá gustando solo a unos pocos?

Siempre han sido malos tiempos para la lírica. En la época de Horacio, en la de Garcilaso, en la de Bécquer, en la de Machado… La gente que lee poesía es muy poca, pero forma una cadena que jamás se perderá. La poesía es la primera manifestación artística del ser humano. Es tan primitiva como el respirar. Con la poesía, nuestros antepasados más primarios cantaban, celebraban, rezaban, se emocionaban… Hoy en día, cuando sucede algo importante (un atentado, una muerte, una despedida, un reencuentro, una onomástica…) los seres humanos recurren a los versos.
Bécquer decía que la poesía es “espíritu sin nombre, / indefinible esencia”. Es decir, jurisdicción del alma. Misterio puro. Tal vez esa vibración interior que todo hombre experimenta cuando se sabe solo frente a la belleza. O frente a sí mismo.
Pero, seguramente, hay más. Antonio Machado nos trataba de convencer de que la poesía es “palabra en el tiempo”. Palabra que perdura en la conciencia viva de los hombres, que atraviesa la tupida red de la memoria colectiva y permanece.
Lo que parece claro es que la creación poética es una actividad inherente al ser humano, pues está presente en cualquier cultura y civilización. Tal vez, precisamente, porque es indefinible y misteriosa, y parece poseer los secretos resortes de la magia, la palabra poética tiene talante de oración, de sortilegio o de conjuro. De alguna forma penetra en el territorio de lo inmaterial, de lo sagrado y queda emparentada con la eternidad.
No. Definitivamente, la poesía jamás morirá.

Le encanta releer sus libros 
¿Hay algún componente literario en el trabajo de campo y la práctica del fútbol? ¿Puede haber belleza, arte y poesía en nuestras labores cotidianas o aficiones?

Por supuesto que puede haber belleza y arte en todo lo que nos rodea. En la huerta, en el deporte, en un coche, en un perro… La belleza y el arte están en todas partes. Yo lo tengo clarísimo. He escrito poemas a un melón, a una cebolla, a una gallina, a un balón, etc. ¿Por qué no? ¿Cuál es el límite que separa lo bello de lo no bello? Tengamos en cuenta que estamos hablando de abstracciones. Lo que para uno es belleza tal vez no lo sea para otro. A mí me gusta la música de Mozart. Otro puede odiarla. Alguien dice que le encanta contemplar un campo de amapolas. A otro le puede emocionar ver un campo de patatas. ¿Qué diferencia hay entre Mozart y Bruce Springsteen? ¿Qué diferencia hay entre un campo de amapolas y un campo de patatas? ¿Por qué es poética una luciérnaga y no una lombriz? Todo es subjetivo. Además, lo artístico y bello en una época puede no serlo en otra. Ya sabemos que los patrones cambian. En la moda, en el cine, en la música, en pintura, en gastronomía…
Dicho lo cual, a mí me parece que es tan bella una rosa como una alcachofa. Y tan emocionante y artístico (o tan aburrido) puede ser El lago de los cisnes como un partido de fútbol.

¿Cómo afronta sus labores de docente? ¿Es cierto que la gente joven hoy en día es renuente a aprender, a dejarse guiar?  ¿Cuánta sensibilidad para el arte o literatura detecta en ellos?

Mis labores como docente las afronto como puedo. O sea, no muy bien. Es cierto que comencé a ejercer la docencia por vocación. Siempre me ha gustado enseñar literatura y gramática. Y ha habido años buenos. Generaciones de jóvenes estupendos, con ganas de aprender. Pero los años cambian. Y nosotros, también. A medida que pasan los años, percibo un deterioro progresivo en la educación, en los modales, en los comportamientos de los jóvenes. La educación en España está tocando fondo. Ya no se puede caer más bajo. En las aulas españolas hay cientos de alumnos analfabetos funcionales. Niños de 14 y 15 años que leen silabeando, tropezando con las letras y las comas, que no entienden lo que leen. Que no saben sumar y restar. Y hay muchos chicos así. ¿Qué está pasando? Miremos el informe PISA. Somos los últimos.
Además, por si fuera poco, cada vez hay menos modales. Muchos chicos no tienen nociones de civismo. No respetan nada. No valoran nada. Algunos son violentos. No hay interés real por el conocimiento, por el saber, por adquirir cultura. La sabiduría es una milonga. Los medios de comunicación, la sociedad, el entorno, no paran de dar el mismo mensaje: no hace falta esfuerzo ni estudio para labrarse un porvenir: la cultura no sirve para nada.
La mayoría de los jóvenes estudiantes no leen un libro aunque los amenacen con la horca. Así las cosas, ¿cómo puede uno tener ilusión por la enseñanza?
En clave de humor, digo a menudo que muchos jóvenes de hoy pueden aplicarse la famosa frase que decía: “La sabiduría me persigue, pero yo corro más que ella”.

Ve arte y belleza en muchos aspectos de la vida
Usted que es amante de los escritores clásicos greco-latinos y españoles, y retorna a ellos una y otra vez, ¿cómo ve la literatura actual hispanoamericana?  ¿Hay escritores nuevos que perdurarán  o son muchos los que pasaran al olvido?

Creo que los clásicos son fundamentales y hay que regresar a ellos permanentemente. No se puede ser escritor sin haber leído a Cervantes, a Shakespeare, a Virgilio, a Garcilaso, a Unamuno, a Tolstoi… La literatura hispanoamericana está llena de nombres inolvidables. Citar algunos sería menospreciar a otros. Pero, a pesar de eso, hay autores ya clásicos: García Márquez, Rulfo, Carpentier, Rubén Darío, Neruda, Borges… Hay cientos de escritores nuevos, buenísimos, que se convertirán en clásicos, sin duda. La literatura hispanoamericana es un árbol que está dando frutos continuamente, frutos muy jugosos. Hoy en día, como siempre. Y permítanme que no diga nombres actuales porque son muchos y muy buenos, y no me gusta dejar a nadie en el tintero.

¿Qué opina de los best sellers y los escritores mediáticos? ¿Hay calidad o simplemente son producto del momento?

Los best sellers y los escritores mediáticos son producto del momento. Estoy convencido de que si José Mourinho publicara un libro de sonetos se hincharía a vender ejemplares. Es evidente. Las editoriales, en líneas generales, sólo van a ganar pasta. Y cada vez les interesa menos la buena literatura. Siento ser duro, pero es así. Es un poco vergonzoso que el libro de Belén Esteban sea uno de los más vendidos. Para empezar, estoy seguro de que no lo ha escrito ella. Y, además, no creo que esa señora tenga nada interesante que contar. Ni siquiera sabe expresarse. ¿Es lo que pide el pueblo? ¿Las editoriales le dan al pueblo lo que el pueblo reclama? Pues démosle carnaza, para que muerda. No estoy de acuerdo en absoluto. El pueblo lee y valora lo que le dan. Pero igual que le dan lo de Belén Esteban le podía dar algo con mayor calidad. Hay cientos de escritores buenísimos y desconocidos, llamando a las puertas de las editoriales, y recibiendo portazos en las narices, sonrisas despectivas y frases como “Vuelva usted mañana”.
También digo que hay best sellers que están bien escritos y que son literatura agradable de leer. ¿Se puede, pues, combinar calidad y cantidad? Creo que sí. La literatura también puede servir para pasar un buen rato, pero hay que saber hacerlo. Y los buenos escritores existen. Hay libros que leen millones de personas, es decir, best sellers, y que son buenas novelas. Por ejemplo, Los pilares de la tierra.

El autor sostiene que el escritor debe escribir
a todas horas
En medio de esta avalancha de escritores y libros que tienen bien montada su campaña de publicidad, ¿qué oportunidades de dar a conocer su trabajo observa en el escritor que se ha autopublicado o pertenece a una editorial pequeña, y carece o tiene muy pocas herramientas de promoción o difusión?

Vivimos tiempos malos para la literatura. Las pequeñas y medianas editoriales están siendo absorbidas por los grandes grupos. Ahora mismo, todo está en manos de dos monstruos: Planeta y Randolph House Mondadori. Ahí dentro están Alfaguara, Anagrama, Tusquets, etc. Imagínese el lector en qué oligopolio nos estamos metiendo. Estos dos monstruos editoriales van a hacer lo que les dé la gana. Ocupan las librerías, las grandes superficies, los Carrefour, las FNAC, el Corte Inglés, las Ferias del Libro, etc. ¿Lo van entendiendo?
¿Qué les va a quedar a las pequeñas editoriales o a los libros autopublicados? Prácticamente nada. Migajas del pastel. Hambre y miseria. Hay libros estupendos que jamás estarán en los expositores de la Casa del Libro o del Corte Inglés. En cambio, hay bazofias, a montones, en pilas interminables, de autores y novelas mediocres y mal escritas, con el sello de Planeta, ocupando estanterías enteras…
Esto lo vemos, por ejemplo, en los premios. ¿Qué ingenuo se cree que los premios Planeta, Nadal, Herralde, Primavera, Loewe… son justos y legales? No se lo cree ni el que asó la manteca. Está todo podrido. Y el pueblo tragando…

En su caso, ¿cómo distribuye su tiempo para participar en talleres, tertulias, conferencias, presentaciones, cursos, congresos, recitales, lecturas, etc.? ¿Estas actividades forman parte de su trabajo literario como tal, o lo hace porque le place? ¿Qué pensamientos o emociones despiertan en usted cuando aprecia alguna puesta en escena de sus obras? 

El tiempo es oro. Esta frase es una de mis favoritas. Trato de aprovechar al máximo mi tiempo. Me levanto pronto, madrugo, me pongo a escribir. Durante el día no pierdo tiempo en nada. La tele la veo lo mínimo, las noticias mientras como o ceno. El resto del tiempo, leer o escribir, estar con la familia… Compaginar talleres, tertulias, charlas en centros escolares y acto de creación es llevadero, lo hago con mucho gusto. Voy allá donde me llaman. Suelo ir a muchos institutos y colegios, donde leen mis libros, pero eso me carga las pilas. Ver cientos de niños y jóvenes que admiran lo que haces y valoran tus historias es maravilloso.
Cuando veo que alguien pone en escena una obra teatral mía me siento como en una nube. Muy feliz. Sobre todo, cuando son los niños. Eso me anima a seguir trabajando, con más ilusión.

Trata de aprovechar su tiempo al máximo. 
¿La música es una buena acompañante a la hora de escribir? A usted que le gusta la de tipo clásico, ¿quizá le ayuda a tomar contacto sus ideas y  emociones?

Me gusta la música clásica, sí. Mucho. Entre mis favoritos están Mozart, Bach y Puccini. También me gustan el jazz, las bandas sonoras de cine, la música suave y melódica ambiental… Cualquier música no estridente me suele servir para relajarme y ambientarme. Lo que sucede es que a mi mujer le molesta trabajar con música, así que tengo que moderarme. De todos modos, cuando estoy componiendo algo (novela, poesía…) prefiero el silencio. Sólo en el silencio se oye uno a sí mismo.

Otra de sus aficiones es la cocina, ¿quién le enseñó a cocinar y cuáles son sus especialidades?  ¿La cocina es magia o poesía?

La cocina es una de mis aficiones, sí. Me encanta experimentar. He aprendido de mucha gente. Mi madre, mi abuela, mi hermana, mi mujer, mi suegra… No me importa inventar sobre la marcha. Creo que en general los hombres somos muy poco imaginativos. Comemos siempre lo mismo.
Para mí, la cocina es un mundo de sorpresas, algo así como un bosque donde puede pasar cualquier cosa. No tengo problemas en combinar los alimentos más diversos. Por ejemplo, me encantan las ensaladas con frutas, membrillo, atún, nueces, lechuga, tomates, huevos, salmón, queso, mermelada… Todo junto… Está genial.
Como he viajado bastante, me he dado cuenta de que todos tenemos prejuicios. Por ejemplo, en Valencia solo se comen la naranja cruda en el postre. Pues ya la pongo en la ensalada, la combino con la cebolla, la hago con cerdo, con pollo, con conejo, con salmón… El dulce y el salado no son sabores contrarios, sino complementarios. Si nos gusta el melón con jamón o el pato a la  naranja, ¿por qué no nos puede gustar la berenjena con chocolate, o el pollo con manzana, o el arroz con ciruelas? Yo aseguro desde aquí que todo eso está estupendo… No hay más que probar.
Y visto así, es evidente que la cocina es lo mismo que la poesía. Todo vale. Todo es posible. Hay que experimentar. Hay que usar la imaginación. Un buen cocinero no ha de tener prejuicios. Ha de ser creativo. Como un buen poeta.

Manifiesta que en la poesía
todo es posible 
Usted es un escritor que ha sido galardonado un sinnúmero de veces, ¿cómo asume estas distinciones?  ¿Cuál es el mensaje de un premio?

Los premios literarios, cuando son justos y legales, son un estímulo para el escritor. Es mi caso. Puedo jurar solemnemente que todos mis premios son limpios. Lo digo porque estamos en un país de ‘chorizos’ (ladrones)  y también en los premios hay a veces mucha corrupción, aunque esto se da normalmente en los premios gordos (Planeta, Nadal, Loewe…). Los premios de segunda fila suelen ser limpios. Como decía, ganar un premio al que se presentan muchas personas de diferentes países supone un aliciente impresionante. Te sientes feliz. Sabes que estás en el buen camino. Sabes que lo que escribes está bien. Te carga las pilas. Crees en tu trabajo. Pienso que estos premios son fundamentales. Además, vienen bien para descubrir a muchos escritores buenos que de otra manera no sabrían cómo publicar sus obras. Muchos escritores –es mi caso- hemos empezado a publicar gracias a premios.

Acaba de conseguir el Premio Hache 2014 por su novela Deja en paz a los muertos, y tenemos entendido que el premio ha sido otorgado por mil 700 jóvenes lectores, cuyas edades oscilan entre los 12 y los 14 años, esto nos señala cuánta sintonía existe entre los jóvenes y usted, ¿a qué atribuye este éxito?  ¿Le sorprendió este reconocimiento?

Un éxito como el Premio Hache siempre es motivo de regocijo. Claro que sorprende un premio así. Son los propios lectores los que dicen: “Tu libro es el mejor”. Ahí sí que no hay ninguna trampa. Es lo más limpio del mundo. He ganado con el 63 por ciento de los votos. Ahí es nada. Me siento como un niño con zapatitos nuevos. Ahora mismo tengo energía para escribir dos años sin parar…

¿Ser poeta  es una misión o un destino?

Es la pregunta más difícil y más hermosa que me han hecho jamás. Tengo que pensarlo. Creo que ser poeta es un destino. Uno nace con una predisposición: para la música, para la pintura, para criar abejas, para hacer zapatos, para arreglar tuberías… Cada uno debe averiguar cuáles son sus aptitudes. Creo que ser poeta es un destino muy hermoso. Lo creo porque la palabra escrita permanece y el poeta deja constancia de lo que realmente interesa al ser humano: el mundo de los sueños, de las emociones, de los pensamientos. Lo que transmitimos de padres a hijos. De generación en generación.
Bardos, aedos, rapsodas, juglares, trovadores, cantautores. Los poetas suelen caminar extraviados en este mundo frívolo y mezquino donde todo es verdad y todo es mentira, bordean el bullicio y la barbarie, y el norte que persiguen es siempre la luz. Escriben versos para evitar la soledad, para burlar todos los días la locura de vivir en el vacío de la historia y perpetuar el pensamiento y la emoción más allá de su efímera existencia.
Seguramente, nada hay más profundo ni más hermoso para el hombre.


Si desean saber más del autor
o de su obra 
pueden pinchar
en: 

viernes, 13 de junio de 2014

Martí Gironell: “A la gente le gusta saber qué pasa cuando no está presente”

Lleva poco tiempo en la literatura y triunfa con sus novelas históricas. Es que el escritor catalán Martí Gironell tiene claro lo que le gusta a la gente, y cómo dárselo, prueba de ello, es que vende como nadie desde que incursionó en la literatura.
Es también periodista, escribe en catalán, sueña con vivir de su obra, y hoy se halla promocionando su novela El primer héroe, una historia donde reivindica al hombre primitivo.

Es un experimentando y exitoso escritor de novela histórica pese a que lleva relativamente poco tiempo en el mundo literario,  ¿cuándo surge en usted el deseo de escribir, y cómo lo lleva a cabo?

Supongo que es porque nací en un pueblo muy pequeño de nombre Besalú, ubicada en la Garrotxa, cerca de Girona,  que rezuma historia por los cuatro costados, por lo que, de una u otra manera,  tenía muchas ganas de contar cómo éramos hace muchos años, dar cuenta de  la gente que nos ha precedido, nuestros antecesores. Pero comencé a escribir por otra pulsación, cuando me hallaba en una colaborando en la ONG Setem (Servicio al Tercer Mundo). Estuve luego, un verano en Bombay con otra organización que trabaja con niños cuyas madres son prostitutas en uno de los lenocinios más grandes de Asia, situado en  Kamatiphura. Fue allí donde empecé a tomar notas en unos diarios personales, y cuando regresé a Barcelona le conté a un amigo editor sobre estas experiencias, y mis ganas de convertirlo en un libro. Lo hice. Me gustó la idea. Y a partir de eso, me decanté completamente por la ficción. Me di cuenta que mis palabras llegaban al lector, que había una conexión con él, y me atreví a dar el salto al género histórico, que motivaba desde hacía tiempo. A continuación empecé a encontrar argumentos, partiendo de personajes de segunda fila, injustamente olvidados, pero que tuvieron importancia y merecían ser reivindicados, y, al mismo tiempo, también rescatar los tiempos en que vivieron, darlos a conocer, y amplificar su significado. Asimismo  he cogido episodios un tanto relegados pero que hablan mucho de nosotros y cómo hemos llegado  hasta aquí.  Así ha seguido mi trayectoria literaria que se inició en 2007 con El puente de los judíos, al que siguieron, La venganza del bandoleroEl arqueólogo, El último abad hasta día de hoy con El primer héroe.

Su primera obra 
¿El periodismo fue una buena preparación para luego hacer el paso más sencillo hacia la literatura? ¿Qué herramientas le dio y de qué manera las aprovechó?

Sí, totalmente. El hecho que desde los 14 años haya empezado a trabajar en el mundo de las comunicaciones, me ayudó mucho en mi labor literaria. Creo que sin esa preparación no hubiese sido posible construir mis novelas y avanzar con la escritura. Las herramientas que da el periodismo sirven para ordenar las ideas, pulir el vocabulario, crear estructuras, incluso mentales, esquematizar, etc., para luego dar rienda suelta a la creatividad que no es posible canalizar a través de  los medios.

¿Los periodistas son generalmente buenos escritores?

Los que conozco y he leído, sí. Hay muchos y son variopintos. Desde Josep Pla a Noah Gordon, pasando por las nuevas generaciones que han compartido conmigo, por ejemplo, en programas de radio que también se han lanzado a la aventura de escribir.

Haber hecho o hacer periodismo allana mucho el camino, ¿no?

Creo que sí, sobre todo en el caso de quienes hacemos novela histórica porque es como hacer periodismo de investigación. Tenemos que ir a las fuentes, documentarnos, cerciorarnos que lo que nos han dicho es cierto, y nadie nos está intentando vender una moto. Por lo tanto, tienes que recurrir al historiador o al arqueólogo de turno, y hacer un intercambio de pareceres para ver si esto es así realmente, o pretenden colarte algo que no es. Y esto ya lo has aprendido haciendo el oficio.

¿Por qué se decanta por la novela histórica? ¿Dónde radica su encanto? ¿Por qué este género y no otro?

Porque nací, crecí e hice de guía turístico en un pueblo que tiene mucha historia, rodeado de cultura románica y hebrea. Por decirte algo, en Besalú se hallan los únicos baños judíos de purificación (Miqwé) en España y son los terceros mejor conservados en Europa. Sobre  todo porque me gusta saber qué pasa cuando no estoy, y creo a la gente le ocurre mismo: le gusta saber qué pasa cuando no está ahí. Si esto lo aplicas a  cualquier época, funciona. Si tú tienes la capacidad de encontrar un buen tema, un personaje creíble, y hacerlo cercano al lector, ya has ganado como narrador, y si además, logras involucrarlo en la historia, habrás conseguido que sea parte y partícipe de la trama. En el caso de mi última novela El primer héroe, el lector podría pensar  “y ¿qué tengo que ver con alguien que vivió hace 5 mil años? Es aquí, cuando mediante la lectura tiene la oportunidad de descubrir que estamos más emparentados con esta gente de lo que podríamos llegar a imaginar.

Aspira a vivir de su trabajo
literario
¿Cuál es el lugar que ocupan el periodismo y la literatura en tu vida? ¿Cómo divide su tiempo entre ellos?

Por la mañana me dedico al periodismo. Trabajo en televisión. Madrugo bastante. Por la tarde, compagino las presentaciones, cuando estoy de promoción, con las visitas a  los clubes de lectura, que son muy interesantes, y que constituyen la segunda parte de la campaña de difusión de un libro. En estos encuentros aprendes mucho porque compartes con quienes te han leído, y puedes recibir sus críticas de manera directa. Así reparto mi tiempo, entre mi oficio y profesión,  y  mi vocación e ilusión. Aspiro a vivir de las letras, de los libros y de su promoción. Creo en ella. Tiene que hacerse, porque considero el libro como un medio de comunicación más. La comunicación para mí es básica. Es contar algo con emoción, que despierte algo en ti, y eso es lo que hace un libro. Por eso intento ir a todas las presentaciones, pues pienso “quién mejor que yo para contar mi historia y hacerlos vibrar”.

¿Escribe sus novelas originalmente en catalán?

Sí, escribo en catalán. No me atrevo a escribirlas en castellano porque tengo un respeto inmenso por las lenguas. Soy licenciado en filología inglesa. Me apasionan los idiomas. Me gustaría hablar muchos más de los que domino. Estuve estudiando árabe, pero tuve que dejarlo por razones de trabajo, sin embargo, creo que lo retomaré en algún momento. Mi mujer está en el quinto año de chino. Como ves, nos gustan las lenguas.  Repito, no me arriesgo a escribir en castellano. Prefiero confiar en un traductor, que es un profesional en lo suyo, e indudablemente lo va a hacer mejor que yo.

¿Da a leer su manuscrito durante el proceso creativo? ¿Acepta de buena gana hacer cambios cuando se los sugieren?

Lo suelo hacer. Tengo un amigo librero a quien le alcanzo el manuscrito cuando ya tiene algo de cuerpo, cierta entidad, cuando se sabe por dónde van los tiros. Lo lee mi mujer, lo hace desde antes de casarnos. También escojo a alguien que no esté contaminado con lo estoy haciendo. Dicha persona sabe que estoy escribiendo, pero no está al tanto de qué. Le doy 120 páginas y le digo “léelo, a ver qué te parece”. Luego reúno los comentarios, hago mis valoraciones y  me quedo con las que considero convenientes. Como en todo, escucho más a unos que a otros.

Otra de sus famosas obras
¿Están en la historia todas las respuestas a nuestros problemas sociales o solo nos sirve para mostrarnos que hemos cambiado poco o nada y seguimos siendo esos seres conflictivos con nosotros mismos y con los demás?

Si me ciño a la documentación que he estado revisando para escribir este libro, tengo que decirte que hemos avanzado muy poco. Ya me lo había advertido hace seis años Eudald Carbonell, uno de mis grandes asesores, cuando me estaba planteando el libro. En esa oportunidad me dijo: “Ten en cuenta Martí  que al final del libro vas a confirmar dos realidades, en primer lugar,  que no hemos cambiado tanto como parece, y, en segundo término, que la única diferencia entre ellos y nosotros es la tecnología”. Es básico y  verdad. Porque tenemos los mismos sueños, ilusiones, conflictos, problemas, etc. Lo que pasa es que antes lo solucionaban de una forma, y nosotros, ahora de otra. Pero en la raíz es exactamente igual, lo que cambia es el modo de afrontarlo. Eso es todo.

¿Cuánto de verdad hay en la historia? O, tal vez ¿deberíamos preguntar cuál es el promedio de duración de la verdad en la historia? Fantasiamos mucho con ella, ¿no?

Depende de quién te lo cuente. Lo puede hacer con un ejercicio verbal para que tu imaginación vuele, o, a modo cronista que te cuenta sin más y sin menos, lo que ha pasado. Yo quiero pensar que todo lo que nos ha llegado a través de los libros de historia—los contrastados— es lo que ha ocurrido en realidad. Aunque tenemos la tendencia a fabular, a imaginar, son precisamente los libros de historia los que nos ponen los pies sobre la tierra. El resto déjalo a los novelistas. Como decimos en catalán: “No hi ha més cera que la que crema” (“No hay más cera que la que arde”). Si quieres adornar, vestir o dar el enfoque tal, allá tú, pero dile a lector que estás reinterpretando un episodio que las fuentes históricas dicen que fue de otro modo. Yo no tengo por qué dudarlo, porque si comenzamos a dudar de todo...Ya sé que puede ser bueno, pero hasta cierto punto. Como inventar también lo es.

Es un escritor que disfruta del contacto con sus lectores
Sobre su novela El último héroe, que según entiendo ya es un best seller,  el viaje que realiza su protagonista Ynatsé en busca de un remedio contra la enfermedad que está matando a la gente de su pueblo, podría ser entendido también como una expedición hacia su interior, una experiencia espiritual, ¿son las circunstancias externas las que nos conducen a vernos de otra manera distinta y replantear lo que somos en un determinado momento?

Puede ser interpretado como viaje interior, es cierto,  pero también podría serlo hacia el exterior, en tanto que cualquier travesía te permite ensanchar horizontes, ampliar tu mente, tus conocimientos, airear tus ideas, introducir conceptos nuevos. Yo creo en ese enriquecimiento que da el contacto con el entorno. Pero el pausado, que te permite observarlo, no el de pasada. Como vivimos actualmente, en que estamos de paso de todo, donde no nos detenemos lo suficiente para aprehender de la gente y el paisaje. Somos fruto del ambiente donde nos hemos vivido o  en  el que nos movemos.


¿Poseemos el gen del heroísmo o asumimos ese papel sobre la marcha?  Y algo más, ¿podemos decirle no a ese destino?

No lo sé. En la novela planteo que Ynatsé es un hombre que está predestinado aunque no lo sepa,  pero tampoco él cree que sea la persona idónea para afrontar ese encargo.  No sé si alguien ha pensado nuestra vida por nosotros, nos la pone justo enfrente y nos dice: “Venga, a caminar por esta senda que es la que los dioses han imaginado por ti”. Yo creo, más bien, en lo que pasa hacia el final de la novela, donde van viendo que son ellos quienes recogen los frutos de acuerdo a cómo han sembrado. Conforme va avanzando la novela, notarás que irán creyendo más en sí mismos, en sus fuerzas, en su poder, y arrinconando viejos conceptos sobre la divinidad, y el destino. Ocurrió en verdad.  Esto está demostrado y documentado.

Escribe en su lengua materna:
el catalán
Se dice que reivindica la modernidad del Neolítico, pues ha descubierto que la gente no era tan rudimentaria en sus ideas con respecto a sí mismo, los otros, la divinidad, entre otros aspectos. Al parecer se cuestionaba y mucho.

Abonó esta teoría el hallazgo de una estatua en forma humana en Turquía.Los hombres y mujeres de aquella época aunque creían en sus deidades y seguían rindiéndoles pleitesía, paralelamente fueron siendo conscientes de su poder hasta colocar en el centro del universo al hombre.  Eso está muy bien como referencia mental, pues nos dice sobre cómo fuimos creyendo en nuestras posibilidades. Ellos dieron el primer paso. Fueron los primeros en creer en sí mismos. Seguimos haciéndolo pese a que dependemos cada vez más de la tecnología.

Recibió asesoramiento del arqueólogo Eudald Carbonell  para la elaboración de su libro, ¿en qué aspectos le permitió dejar volar su imaginación y en que otros no?

En muchas cosas. He tenido muchas charlas con él y otros asesores. Iba planteándoles las cosas que iba descubriendo, y formulando preguntas tales como “¿puedo ir por aquí?”. Hay cosas que evidentemente ni ellos saben, pero sí hubo aspectos con cierta verosimilitud, que aunque no lo podían contrastar, dejaban margen para trabajar con la imaginación. En las notas históricas sale el periodista y ofrezco las fuentes que he consultado. Digo lo que es cierto o no. Pero siempre he intentado tener una base  científica que aguante el edificio literario. Creo mucho en la documentación para darle veracidad a mi trabajo. Es importante para que la gente dé crédito a lo que les he contado.

¿A nivel humano qué es lo que rescatas del Neolítico y más valoras de tu novela?

La igualdad entre hombres y mujeres.Sumamos fuerzas contando con ambos, y vamos a mejor. Aprendemos mucho más de las mujeres que de los hombres. Por otro lado,  atender si hay una llamada interior. Debemos dejar salir al héroe por el bien de todos.  En otro aspecto, darle valor a la sabiduría de los ancianos, extraer de su experiencia lo importante. Sin pretender ser ecologistas, aprender a descifrar el lenguaje de la naturaleza. No tienes idea  la cantidad  de información que ellos sabían interpretar y aprovechar en su día a día. También  destaco el respeto por las personas con  discapacidad. Los insertaban en su sociedad, no los apartaban, sabían convivir con ellos.
Debemos reivindicar el adjetivo primitivo, no como para calificar un hombre o mujer de pocas luces, sino como el primero, el que dio origen a la sociedad, el que puso los cimientos de lo que somos.


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