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sábado, 10 de junio de 2023

Miriam Alonso: «Supongo que el cambio está estrechamente relacionado con soplar velas»

 

El confinamiento por la pandemia de la Covid-19 obligó a muchos autores a mirar hacia  su interior o a descubrir cosas que antes no había visto en su entorno, o las dos cosas, como le sucedió  a Miriam Alonso, quien tuvo que transitar la experiencia de la epidemia global desde su casita enclavada en un pueblo ubicado en El Bierzo.  Allí se dio el tiempo para reunir recuerdos pasados, experiencias recientes y mezclarlos con una buena dosis de fantasía para crear la novela Blackbird, una historia  que  también se refiere y reivindica a la gente gris. Ya sabrán por qué. 

En algunas ocasiones las novelas tienen mucho que ver con aspectos de nuestra personalidad, la manera de entender la vida o las circunstancias que estamos atravesando, ¿hubo algún imperativo interno que te condujo a escribir Blackbird?

Hubo unos cuantos. Para empezar, esta novela lleva la etiqueta “novela pandémica” porque nació, precisamente, durante el confinamiento. Cuando he hablado de ese periodo con compañeros, todos coincidimos en que los trabajos de entonces están más relacionados con la supervivencia del propio escritor que con el arte en sí. Creo que es el caso de Blackbird. Aquellos atardeceres en el norte (copa de vino D.O. Mencía en mano, sentada en el escalón de entrada a la casa), aquellos encuentros con un pájaro negro que se posaba, al amanecer y al ocaso, en el poste frente a mi puerta para reafirmar al mundo que él continuaba… La vista desde mi ventana, la colina, las viñas… Todo eso motivó la escritura de la novela.

La novela aborda una serie de temas que merecen tocarse de manera individual, por ejemplo: la relación entre padres e hijos, en este caso, el apego tóxico de Ariadne, la protagonista, con su padre, un hombre irresponsable, mentiroso y abusivo. Las Ariadne abundan en la vida real, Miriam.

Desde luego. Muchas veces se nos viene impuesto el querer y queremos ciegamente a aquellos que tenemos más cerca, a pesar del daño que puedan hacer. Es una lástima, pero sucede.

La vista desde su ventana motivó la escritura
de su novela.

Otro tipo de apego tóxico, porque no se puede llamar amor, es el de Francis por Natalia. Él sabe que no la ama, pero aún así está dispuesto a hacer lo que sea por ella. Algo que también vemos a diario entre parejas.

Francis no quiere ver, solo sueña. Creo que todos hemos sido Francis en algún momento.

Cierto es que los personajes de tu novela piensan y actúan manejados por su ego, tanto en su afán de ser queridos como en su idea de éxito. Podemos apreciar eso no solo en el abuelo de Ariadna sino en Fernando Cuervo, padre de Valentín, ¿no lo crees así?

Lo cierto es que todos los personajes de Blackbird tienen motivaciones muy marcadas. Fernando Cuervo es un tiburón, un hombre hecho por y para el mundo empresarial. No critico esta postura siempre que no perjudique al resto, que conste.

Los secretos de familia son algo que los interesados pretenden llevar a la tumba, pero terminan siendo descubiertos, por más empeño que pusieron en ocultarlos.  A la larga, como dice una canción, «todo se termina sabiendo», sobre todo cuando los escritos exponen o delatan a sus autores, Miriam.

Sí… Y qué suerte tenemos de que así sea. En la novela, las cartas y diarios son fundamentales para comprender una parte del pasado de la protagonista y de tantos personajes relacionados que, desde luego, nunca se habría descubierto si no fuera por la curiosidad de Ari, por su paciencia… Creo que nos perdemos muchas cosas escudándonos en la prisa.

Los pueblos reproducen, en pequeño, todas las miserias y bondades de los habitantes de las ciudades, sin embargo, la ventaja de la vida rural es el contacto con la naturaleza. Lo expones muy bien en tu novela cuando narras la relación que tiene Violeta, la bruja del pueblo, con los cuervos y el resto de animales que componen su entorno.

La autora sucumbió a la magia del paisaje
Es que me fascina el regreso al origen. Nunca fui consciente de ello hasta que me embarqué en una aventura rural y descubrí que los lugares que veía de pasada, un par de semanas al año, eran absurdamente nuevos para mí el resto de los meses. Te pongo un ejemplo. Tengo una casita de pueblo en Portugal, al norte. Siempre la visité en verano, zona de secano, las temperaturas pasan de los cuarenta grados y solo se está bien de noche (si tienes la suerte de que no se cuele un mosquito en el dormitorio). Mi relación con la casa no era buena: yo venía del bochorno valenciano, no quería más calor, solo ansiaba bosque y fresco. Durante esa vuelta al origen que experimenté, conocí mi casita arropada por la primavera, llena de flores; la vi nevada, con la chimenea encendida; estuve en ella durante el otoño, cuando las hojas secas y las calabazas se amontonaban en el porche… No solo eso. Al quedar lejano el verano, y los veraneantes también, pude observar la fauna, fijarme en el entorno sin encontrarme con algún simpático senderista en el monte. Vi zorros, vi nacer corderitos, vi polluelos, caballos… Se me erizó el vello al escuchar, de noche, el aullido del lobo (mi casa queda cerca de la Sierra de la Culebra). Es tan fascinante, Elga. Tan mágico que ¿cómo resistirse a llenar un libro de ello?

Yo hasta antes de leer tu libro no tenía idea de lo que era un filandón. Tengo entendido que es algo muy propio de León, según he averiguado, pero tú ampliaste el concepto. ¿Hay reuniones del tipo que describes en tu novela?

De hecho, las reuniones que describo en mi novela son los filandones contemporáneos. Aquel encuentro entre hilanderas y hombres que echaban el rato hablando de novedades y cuentos tras la cena, ahora son parecidos a los que muestro, solo que sin cata de vinos. Y son fundamentales para que la memoria y la tradición no se pierda. Fíjate, en uno de los últimos a los que asistí fue también, un grupo de señores muy mayores (de esos que llevan bastón y son un peligro al volante). Se pusieron a contar anécdotas de cuando eran niños, sobre engaños, personajes memorables del pueblo, madres y travesuras que tenían por objetivo a sus vecinos. En una docena de esas anécdotas mencionaron a mi padre. ¡Imagínate! Yo, que casi no lo pude disfrutar, conociendo nuevas facetas suyas, conociéndolo a sus ocho años mientras jugaba con sus amigos, le tomaba el pelo al cura, o se metía en líos con burros y campanas que rompían el silencio de la noche para escarnio popular… Salí de allí llorando. Nunca habría sabido esas historias sin un filandón: si esa gente no se molestara en acudir al encuentro para no dejar morir la tradición oral y el recuerdo. Soy pro filandones.

Las leyendas y mitos del medio rural, que dan cuenta de seres fantásticos como las xanas, son otros de los componentes de tu obra. Es una forma de adentrarse en la psicología de los pueblos, ¿estás de acuerdo conmigo?

Representación de la xana.
Por supuesto. Además, cuando te paras a pensar en el sentido mismo del mito, te vuela la cabeza. Quiero decir, si evocamos al pensamiento simbólico, ¿qué objetivo tenían las xanas, por ejemplo? ¿Para qué las inventaron? ¿Quizá para dar explicación a la voz dulce que parece tener el agua en determinado punto, cuando baja de la montaña, o las crearon para otorgarles la función de alejar a los incautos del río y sus peligros?... Claro que a lo mejor existen de verdad y estoy yo aquí haciendo conjeturas… Jeje.

Hablas de la gente gris dentro de tu novela, de su ventaja frente a los negros y blancos. Destacas su humanidad y la ventaja de serlo, ¿eres de ese color?

Sí, aunque como soy bastante impulsiva me vuelvo blanca o negra unos instantes dependiendo de la situación, pero la mayor parte del tiempo suelo mantenerme en el gris. Ahora le tengo cierto aprecio, antes me parecía ofensivo. Supongo que el cambio está estrechamente relacionado con soplar velas.

Cierras tu obra afirmando que has conocido muchos Blackbird a lo largo de tu vida. ¿Qué es un Blackbird? ¿Y dónde los podemos encontrar?

Un Blackbird es un ser que no inspira ni confianza, ni cosas amables, porque el folclore y la tradición le han hecho flaco favor. El Blackbird debería ser valorado en el aquí, en el ahora, pero qué fácil es entrar al recuerdo, al juicio y a todas esas cosas que desdibujan su figura, que no invitan a superar la barrera de oscuridad que les envuelve para explorar su interior. No es fácil asumirlos, porque seguirán cantando en el punto más alto al atardecer y al anochecer, pese a quien pese. Seguirán reclamando su libertad y su fuerza, aunque luego, durante el resto del día, casi ni se les oiga. No les voy a contar más. Que sigan descubriéndolo ellos.

Si desean saber más de la autora y su obra
pueden pinchar
en este enlace:
https://miriamalonsoblog.wordpress.com/


 

 

 

 

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