Le encanta contar historias. Y es tan natural en él como caminar o subir una montaña. Con su literatura busca atrapar al lector, envolverlo en las redes de su magia y hacerle adicto a sus historias. Confiesa también que escribe para competir con su madre o su abuela, quienes sabían muy bien como encandilarlo con sus cuentos de demonios y espíritus.
Sobre su famoso personaje “Nina”, dice que nació para mostrarle al mundo de lo que son capaces de hacer las mujeres. “Soy feminista y amo a las mujeres; es decir, odio el machismo, rechazo toda discriminación contra la mujer, y creo que las mujeres tienen los mismos derechos y oportunidades que los hombres. En un país tan machista y corrupto como el Perú, decirlo es una necesidad imperiosa, y defenderlo aun más”.
Les invito a conocer a este escritor, editor y promotor cultural (entre otras muchísimas cosas más) que mochila al hombro recorre el Perú difundiendo tanto su obra como la buena literatura de sus colegas.
- ¿Qué hace un abogado metido en la literatura y en las actividades culturales?
-Yo empecé a escribir cuando era niño, y a los 17 años gané mis dos primeros premios nacionales de literatura, de cuento y ensayo. En esa época, teníamos un grupo cultural en mi distrito (San Martín de Porres, de Lima) llamado “Vientos del pueblo”, que llegó a tener siete grupos de música folclórica y tres de teatro, e hicimos concursos de poesía y encuentros teatrales masivos. Después ingresé a la universidad. Qué hace un escritor que se mete a estudiar Derecho y Ciencias Políticas, y después Lingüística, sería la pregunta adecuada. Y me faltó estudiar otras carreras, como arqueología o biología, que las hubiera seguido si hubiese tenido plata y tiempo.
- Se identifica mucho con la cultura selvática y eso se observa en su obra. Cuéntenos un poco al respecto.
-A los nueve años más o menos leí la novela “Sangama”, de Arturo Hernández, y eso me marcó para siempre. Es un libro pleno de aventuras con animales salvajes, selvas exóticas y peleas de sobrevivencia, que me llenaron la imaginación y me hicieron prometer que algún día conocería la Amazonía. Y así fue. Primero viví tres meses en Tarapoto, selva alta. Luego fui por dos semanas a Iquitos, y me quedé siete años, recorriendo ríos inmensos, conociendo pueblos indígenas, mientras estudiaba la vasta literatura amazónica y escribía ensayos y novelas. A menudo viajo a Pucallpa o Iquitos, y para mí es como volver a casa simplemente.
- Siempre está en constante movimiento, y es de los pocos escritores que por cuenta propia viaja a promocionar su obra y a participar en actividades literarias, ¿no es así?
-Por lo que sé, la mayoría de escritores estamos fuera del mercado editorial y del márquetin mediático, por lo que solo nos queda presentar nuestros libros en distintas ciudades y agotar las ediciones con esos encuentros directos con el público. Además, los talleres de narrativa y las conferencias literarias son parte de esos encuentros y asumo mi trabajo literario dentro de esa multiplicidad de caminos, casi como un trovador moderno. No me atrae el mundo académico, de modo que tengo la libertad de viajar y conocer ciudades increíbles y personas maravillosas, y escribir sobre ellas. Por suerte, en el Perú hay muchos encuentros de escritores en un solo año, y siempre estamos lejos y cerca, con nuestros libros a cuestas, llevando no solo nuestra creación, sino también nuestros pensamientos e ideas.
- ¿Proviene de una familia de artistas? ¿Cómo nace en usted la inclinación por hacer literatura?
-Mi primo es artista, el famoso Quispejo, el pintor más plagiado en toda la historia de la pintura peruana, y espero no serlo yo en literatura. Pero ya sabes que en las culturas andinas la música, las danzas y el folclore son parte de nuestra vida diaria, nos alimentamos de ellos, vivimos de ellos. En cuanto a mi formación de escritor, los culpables son la buena lectura y la escritura precoz. Y algo más importante: la literatura oral de mi madre, mis tías y mis abuelas. Las mujeres mayores casi siempre son formadoras de los escritores, con sus cuentos alucinantes y sus historias que llenaban nuestra imaginación infantil y nos marcaban para siempre.
- ¿Qué busca lograr con su trabajo literario? ¿Le mueve un sentido de trascendencia?
-Me gusta contar historias, igual que me gusta caminar y ascender montañas. En mi obra literaria, si algo busco, solo es atrapar al lector, envolverlo con mis cuentos, engañarlo con mis trampas técnicas sin que se dé cuenta, escribir para competir con mi madre o mi abuela que sabían tenerme en vilo con cada cuento de aparecidos y demonios. En fin, me resulta imposible ser edificante o trascendente. Soy un poco más modesto y creo en la magia de la literatura.
- ¿Es un escritor de horarios establecidos o se pone manos a la obra cuando le viene la inspiración?
-Si pudiera tener horarios establecidos, lo haría, sería un reloj. Casi siempre escribo de noche, cuando el silencio es cómplice y no suena el teléfono ni ladra la perra enana de mis hermanos. O cuando no hay nadie en casa. Y para descansar, simplemente escribo otra novela. Eso me motiva más. Pero eso sí, antes de empezar con una historia, ya la tengo resuelta y planificada en mi cabeza o en mi cuaderno de notas. Nunca escribo al azar. Siempre arrojo mis redes al mar sabiendo todo o casi todo lo que va a ocurrir en mi novela.
- Obviamente, la lectura es parte de su vida. ¿Cuántos libros lee anualmente?
-Antes leía media docena de libros a la semana; después, media docena al mes. Ahora, solo leo lo que me gusta y releo bastante. Si me llega algo que no cubre lo que mínimamente considero literatura, lo abandono de inmediato. Me encantan los libros de ciencias, de lingüística y de historia y sobre todo de arqueología, con ellos no soy exigente. Y es que ya aprendí que solo la buena literatura produce buena literatura.
- El personaje de Nina representa mucho para usted. ¿Cuándo y en qué momento apareció en su obra?
-Justo una niña pequeña me hizo esa pregunta en Ayacucho. Le dije que soy feminista y que amo a las mujeres; es decir, odio el machismo, rechazo toda discriminación contra la mujer, y creo que las mujeres tienen los mismos derechos y oportunidades que los hombres. En un país tan machista y corrupto como el Perú, decirlo es una necesidad imperiosa, y defenderlo aun más. Por ello, Nina es una jovencita que vive aventuras de nuestro tiempo, que sabe resolver problemas con su inteligencia y astucia, que es bella y misteriosa, que es una manera de mostrarle al mundo –mediante la ficción– todo de lo que son capaces de hacer las mujeres. Y por último, mi hija menor se llama Nina, y tiene los ojos hermosos y el jodido carácter de un personaje literario.
- Últimamente están de moda los talleres de escritura. A su criterio, ¿un escritor nace o se hace?
Durante uno de sus viajes por la Amazonía peruana |
-El único nacimiento que tenemos es el que viene después de la gestación de nuestras madres. Si nos abandonaran en una cueva, no sabríamos hacer nada, más que dar gritos. Sin civilización, sin cultura, es decir sin aprendizaje, no seríamos nada de lo que somos. En el Perú ninguna universidad enseña el arte de la ficción o la escritura creativa, así que debemos aprender a golpes y caídas. El aprendizaje es largo y doloroso. Somos empíricos por tradición. La literatura peruana es precisamente un mosaico de obras fallidas, sobre las que resaltan las obras de nuestros genios literarios, como Vallejo o Arguedas. Si el escritor no aprende, su obra será el reflejo de su propia ignorancia literaria. Cuando estuve en Nueva York, comprendí que ahí enseñaban desde poner el título hasta evaluar diversos desenlaces según la lógica interna del relato. Todo había que aprenderlo. La literatura era una disciplina con miles de años de tradición que los escritores debíamos aprender, incluyendo trucos, recursos, técnicas, es decir, todas las trampas para que el lector pueda caer como un pajarito en nuestras redes. No conozco a ningún escritor que haya nacido sabiendo todo eso. Hay que aprender; o mejor, aprender a aprender.
- Nos cuentan que también hace poesía. ¿Le dedica tanto tiempo como a los relatos? A propósito, algunas(os) contamos que tenemos que sufrir para escribir poesía, ¿le ocurre algo similar?
-La poesía es una amante difícil. A diferencia de la narrativa, presenta batallas con el lenguaje totalmente distintas. Así como se requiere “oído” para la música, también se necesita oído para la poesía, y no sé si soy muy orejón, pero mi poesía solo la recomiendo antes de dormir. Cuando empecé a escribir poesía con una facilidad sospechosa, comprendí que solo hacía versos. Entonces me confronté con monstruos de la poesía como César Vallejo o Juan Ramírez Ruiz, y me vi demasiado enano. Por eso solo publiqué un único libro de poesía llamado “Voces”, poemas breves y amorosos, que aunque ha tenido dos ediciones me parece que ya pasó a mejor vida.
- ¿Sigue haciendo teatro?
-El teatro sí que ha sido una parte importante de mi vida. Lo hice desde antes de la universidad, después formamos un grupo de teatro universitario, experimental y colectivo, y finalmente me dediqué a la dirección de diversos elencos. Decidí seguir relacionado con el teatro mediante la redacción de piezas para teatro, como “El cielo azul”, que ganó un concurso universitario en Iquitos. Sin embargo, no he podido hacerlo. Más bien me ocurre algo curioso: las novelas para niños que escribo actualmente las visualizo teatralmente, será por eso que son dinámicas y plásticas, totalmente adaptables a la escenificación. Extraño el teatro, no lo puedo negar.
- Tiene una empresa editorial. ¿Qué le pide a quienes quieren publicar con usted?
-La empresa editorial es un complemento a mi trabajo literario, y primero surgió para justificar la publicación de la Revista Peruana de Literatura, y después para promover mis colecciones de novelas infantiles de Nina y Rumi. Ahora doy servicios editoriales, pero con algunas salvedades. Es que el trabajo editorial requiere, al igual que la literatura, de un trabajo serio. Hay muchas editoriales jóvenes que publican sin criterio profesional; y cuando al autor solo le importa que su nombre salga publicado, el resultado es bastante penoso. A eso hay que sumar el hecho que en el Perú no existen distribuidoras y las librerías son mínimas. Por lo tanto, la difusión y venta de los libros es un problema monumental. Hay varias salidas para eso, pero todo se puede solucionar con la cooperación activa entre editor y autor.
- La tarea del escritor, dicen, es más complicada que la del empresario editorial. Si tendría que quedarte solo con una, ¿por cuál se decantaría?
-Definitivamente, me quedaría como un simple escritor que escribe y lee, y se pasa la vida viajando. No olvides que ser editor en el Perú, salvo excepciones, es un camino inevitable, una necesidad, ya que publicar libros no tiene ninguna facilidad y debemos cubrir las enormes carencias de las editoriales. En otras palabras, somos editores porque los verdaderos editores no quieren serlo. Publicar y vender el libro, con profesionalismo y buen gusto, esa me parece la esencia del trabajo editorial, que los editores peruanos no quieren asumir. Por eso muchos escritores nos metemos a editores. Pero con gusto volveríamos a escribir solamente.
- Un sueño como escritor…
-Tengo un sueño, que estoy logrando de alguna manera con los niños: escribir libros que atrapen al lector. Libros para viajar muy lejos. Libros que gusten releerse. Libros adictivos. En otras palabras, lograr la magia de los maestros que tenían en vilo a los lectores con sus historias maravillosas.
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