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miércoles, 10 de enero de 2024

Oswaldo Estrada: «Tal vez escribo porque quisiera alargar mi tiempo en este mundo»

 

Oswaldo Estrada se define en sus redes sociales como escritor, cantante de barrio y cocinero por vocación, sin embargo, este autor de orígenes peruanos, es un experto en la llamada literatura de la inmigración, no solo porque en su obra concentre la  nostalgia e idealización de la tierra abandonada, sino porque, por experiencia propia, conoce las mil y una peripecias de un extranjero en el intento de hallar su sitio en lugar extraño y amoldarse a las nuevas costumbres. En suma, reinventarse y salir adelante como objetivos fundamentales.

Estrada se alzó con un International Latino Book Awards, Best Collection of Short Stories in Spanish Gold Medal por su libro de relatos Las guerras perdidas en 2021.  Y ahora se encuentra en plena promoción de su novela Tus pequeñas huellas (Suburbano Ediciones, 2023). 

Tus pequeñas huellas es tu primera novela, sin embargo, abordas temas que te son conocidos, no solo porque los tocaste en forma de relato en anteriores libros sino por tu condición de inmigrante, la cual forma parte de tu identidad y desenvolvimiento social, ¿cuándo surge la idea de contar la historia de Andrés y Marena, una pareja que abandona su país en una época de extrema violencia terrorista para forjarse una vida más amable?

"Jamás  pensé que viviría una vida errante",
revela el autor californiano.

No sé exactamente cuándo me di cuenta que estaba escribiendo una novela. Lo que sí te puedo decir es que hace unos diez años comencé a escribir las primeras notas, los primeros diálogos o monólogos de estos personajes, cuyas historias me han perseguido constantemente, en distintos viajes, en casa, en el trabajo. Como profesor de literatura latina y latinoamericana, estoy siempre en contacto con cuentos y novelas que tienen que ver con la migración mexicana, centroamericana, caribeña. Y tenía muchas ganas de explorar algo quizás poco trabajado desde los Estados Unidos, en español: la migración peruana durante los años de la violencia. Como bien dices, yo he trabajado la condición de ser inmigrante en varios cuentos, en muchos ensayos. Y quería contar las experiencias migratorias de Andrés y Marena, dos peruanos que se encuentran, por casualidades de la vida, en Nueva York.

A muchos inmigrantes les ha pasado que logrado el sueño de viajar y establecidos en su nuevo hogar, de repente, se dan cuenta -como es obvio-, que todo es distinto y se les termina alojando en el corazón un sentimiento de permanente nostalgia.

Todos los que nos vamos tarde o temprano extrañamos ese mundo que dejamos atrás. Incluso la gente que dice no extrañar nada, en el momento menos pensado vuelve mentalmente al barrio, a la casa. No significa que no puedas llegar a ser feliz en tu hogar de adopción. Uno aprende a vivir con esa nostalgia que a lo mejor solo te visita de vez en cuando, cuando extrañas alguna de tus comidas, cuando te acuerdas de esa canción que escuchaste hace años, cuando pertenecías, sin saberlo, sin cuestionarlo, a ese lugar. Todos vuelven a la tierra en que nacieron, dice la letra de uno de nuestros valses más conocidos, al embrujo incomparable de su sol.  Todos vuelven al rincón donde vivieron, donde acaso floreció más de un amor. El retorno no siempre es físico, eso lo sé ahora, pero uno vuelve, uno vuelve siempre, aunque solo sea de corazón.

Hay un pensamiento unánime que no se pronuncia, pero se siente y es que cuando dejamos nuestro país, por los motivos que sean, terminamos perdiendo 'algo' que no solemos identificar con exactitud.  ¿Eres consciente de eso?

Le costó mucho aprender a vivir 
entre dos orillas.

Los que salimos de nuestros países de origen ganamos mejores oportunidades laborales, estudios, una vida más segura tal vez, otras opciones, vivencias, experiencias diversas… pero perdemos algo importante: nuestra raíz, el sentir que pertenecemos a un lugar, incuestionablemente.

Lo triste, que a su vez se puede percibir como un sentimiento de desubicación total, es cuando vuelves a tu tierra -como les sucede a tus protagonistas-, y te encuentres con que nada es igual, ni tu barrio, ni tu gente ni tu país. Y, es entonces, cuando se te meten en la cabeza pensamientos de culpa o traición por haberte ido.

A veces me pregunto cómo hubiera sido la vida si no hubiéramos abandonado el Perú a principios de los noventa. Era la época de la violencia, ¿te acuerdas? Yo tenía trece o catorce años cuando comencé a atormentar a mi mamá para mudarnos a Estados Unidos. Tenía un pasaporte americano que podía darme otras posibilidades de vida. Y no quité el dedo del renglón hasta que lo conseguí. Creo que en situaciones tan violentas como las que vivimos en aquellos años, uno crece más rápido que otras personas. Y a esa tierna edad estaba convencido de que debíamos irnos. Jamás imaginé que a partir de entonces viviría una vida errante, que me sentiría, como dices, “desubicado” en Estados Unidos y también al volver a mi tierra. En Estados Unidos me sentía muy peruano. Por mi manera de hablar, por mis costumbres, nuestras comidas, nuestra música y tantas cosas más. Pero cuando volvía al Perú a visitar a mis abuelos, la gente me percibía como extranjero. En algún momento cambió mi acento, cambiaron mis palabras. Y no solo eso: mi modo de ver la vida. Ahora vivo feliz con un pie aquí y otro allá. Abrazo mi condición de ser y no ser, de pertenecer y estar en el limbo. Pero me tomó mucho tiempo aceptarme en el puente mismo de mis dos mundos.  

El volver a veces no es una opción viable por una serie de motivos, entre ellos, porque allá no hay una sensación de pertenencia o pocas posibilidades de adaptación o porque donde resides, a pesar de todo, te encuentras seguro y estable, y es lo que perseguías dejando tu terruño. Sin embargo, lo cierto es que vives idealizando lo que dejaste y aferrándote a lo conseguido, ¿lo ves así?

Tus pequeñas huellas: la historia de Andrés
y Marena.

Totalmente. Eso nos pasa a muchos inmigrantes. Idealizamos todo lo que quedó atrás. Para el peruano que vive fuera del Perú no hay nada como la papa amarilla de antaño. Y la chicha morada. Y el cebiche. Y las causas. Los tiraditos. O saludarnos de beso y abrazo. Tomar lonche. Ponernos a bailar en cualquier reunión familiar, arrimando las mesitas a un costado de la sala. O celebrar lo que sea con coctelitos de pisco y algarrobina. Todo eso lo idealizamos en mayor o menor grado. Porque esos recuerdos nos unen en el país de adopción, aunque en el fondo sepamos que ese mundo quedó atrás. Y hay que mirar hacia adelante. Te sacudes las nostalgias, te arreglas para ir al trabajo y sales a la calle convencido de que hiciste bien en dejar la casa, el hogar. Porque ahora tienes mayores oportunidades, porque te va bien económicamente… es la película que imaginamos para hacernos la vida más agradable. Porque sabemos que el retorno no es, en muchos casos, una posibilidad. 

Por otro lado también cuando retornamos, aunque sea de visita o paseo, la gente, llámese familia o amigos, ya no te ve como antes, e incluso pasan a denominarte 'extranjero', lo que profundiza tu confusión: el no ser de aquí ni de allá.

Antes me molestaba que la gente me preguntara de dónde era cada vez que volvía al Perú. Ahora me río. Es lógico que sea diferente a los que nunca dejaron el suelo patrio. Que hable con otro acento y camine con otros pasos. Que utilice otras palabras. Que esté hecho de otras vivencias, si salí del Perú hace más de treinta años. Y me pasa en todas partes. En la Ciudad de México me preguntan de qué parte de la república soy, pensando tal vez que soy mexicano. En California, soy un latino más, sobre todo cuando paso del inglés al español en una misma oración, como aprendí a hacerlo en la adolescencia y en la universidad, para crear, junto a otras minorías de origen latinoamericano, cierto sentimiento de comunidad. En la universidad, uso un español bastante estándar para comunicarme con mis alumnos. Y aunque hablo el inglés con la misma fluidez que el español, hay palabras que nunca podré pronunciar en esa lengua.  

Mucha gente afirma, con aparente convicción, que se siente ciudadana del mundo, que no tiene el menor arraigo con su tierra de origen ni con ningún sitio del mundo, ¿crees que esto sea realmente posible? ¿Que sea cierto?

Estrada es profesor de Literatura latinoamericana 
en la Universidad de Carolina del Norte.

Yo no lo veo así. Uno es del lugar donde creció. La infancia, la adolescencia, la juventud nos marcan para siempre, aunque la gente nos perciba de manera distinta. Las primeras amistades en el colegio, el entorno familiar, la primera vez que te enamoraste te marcan para el resto de tu vida. Y esos recuerdos, esa formación, esas vivencias compartidas, experimentadas en comunidad, se convierten en tu verdadera patria. Eso no quita, claro, que más adelante te nutras de otras experiencias, que la vida te lleve por otros rumbos y te cambie, incluso sin que te des cuenta.

Tus pequeñas huellas es una novela de pérdidas absolutas y a medias, no solo de una identidad que se tambalea sino también por la ausencia de unos seres queridos. En tu historia, además, la pareja protagónica se enfrenta al dolor que acarrea la desaparición física de sus hijos. Aquí muestras que las madres y los padres no afrontan este tipo de luto de manera semejante.

Correcto. Debido al machismo en nuestras sociedades latinas, latinoamericanas, o a nuestras marcadas divisiones de género (si queremos ser más amables), por lo regular se piensa que los hijos, la crianza de los hijos, es una cuestión de mujeres. Por eso mismo, cuando una pareja pierde a un hijo, a medio embarazo o al nacer, la gente siempre se preocupa por ella, por la madre, pero casi nunca se piensa en el padre que debe vivir esa pérdida de manera solitaria, silente. La mujer que pierde a un hijo incomoda a la gente de su entorno. La gente no sabe qué decirle. Porque no parece natural que se te muera un bebé, aunque ocurre con más frecuencia de la que pensamos. Si ese estigma acompaña a la mujer que pierde a un hijo, el hombre que vive este trauma de manera paralela no existe. Nadie lo toma en cuenta.

Las ganas de un hombre por ser padre es un punto que, raras veces, se desarrolla en una novela. Tampoco la frustración de no ser tomado en cuenta a la hora de apostar por la vida de un hijo o no por parte de la pareja de turno. A Andrés lo dejan fuera, en un par de ocasiones, sin voz ni voto en este aspecto. Ocurre a menudo, ¿no?

Durante la presentación de uno de sus libros en la
Feria del Libro de Guadalajara 2023.

Debido al sexismo en nuestras sociedades, y a causa de nuestras absurdas divisiones de género, le adjudicamos el deseo de tener hijos casi exclusivamente a las mujeres, como si los hombres no fuéramos capaces de desearlo con la misma intensidad. Yo creo en el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, a que decidan tener hijos o no, pero es verdad que Andrés siente que lo dejan fuera de toda decisión al menos en un par de ocasiones. Así es la vida. Todo no se puede tener. En demasiadas ocasiones, la sociedad decide por la mujer. Hablo de la presión social, de la familia, de la pareja y un largo etcétera. Es justo que una mujer decida por sí misma, porque es su cuerpo, porque es ella la que va a cargar a esa criatura en su vientre a lo largo de nueve meses, aunque su pareja (como sucede con Andrés en la novela), tal vez quisiera que lo tomaran en cuenta. 

Eres de orígenes peruanos, sin embargo, naciste en California. Luego volviste a Perú, para después, en plena adolescencia, retornar a los Estados Unidos, donde radicas hasta la actualidad.  ¿Cuál es la tierra que sientes como tu verdadero hogar?

Qué pregunta más difícil. Yo seguiré siendo peruano hasta la muerte. Peruanos son mis padres. Y peruanos fueron mis abuelos, mis bisabuelos. Mi hija de ocho años lo sabe y nos reímos juntos cuando preparo algún plato típico y concluimos que es lo máximo porque es peruano. Ya sea una causa, un arroz chaufa, un escabeche, un pollo a la brasa. El Perú es y seguirá siendo la tierra de mi corazón. Pero ya no imagino el retorno, menos si tomo en cuenta que mi madre y mis hermanos viven también en Estados Unidos. Los inmigrantes nos acostumbramos a vivir entre el mundo que dejamos atrás y el lugar de adopción. Y ese intersticio, esa cuerda floja, ese puente, se convierte, aunque no lo busquemos conscientemente, en el verdadero hogar.

Escribes en reposo y en movimiento; entre el ruido y el silencio. Sin importar el soporte ni la hora, según tú lo haces: «Para que mi mundo de fantasías no se desarme». ¿Lo puedes explicar?

Se pregunta a menudo qué hubiese sido de él 
de no haber inmigrado. 

Desde chico me acostumbré a imaginar historias distintas a las de mi vida cotidiana, en el Perú, en los Estados Unidos. Imagino que todo escritor vive algo parecido. Porque la vida es monótona, predecible. Y las historias que uno imagina nos dan otras posibilidades, algo que no siempre hallamos en la cotidianidad. Yo me paso la vida imaginando escenarios, diálogos, posibles desenlaces que sólo existen en mi mente y que sólo a veces pasan a mis cuadernos, a mi teléfono, a mi computadora. Son totalmente ficticios. Sin embargo, esas fantasías forman también parte de mi mundo real. Escribo en todas partes, a todas horas, porque tengo miedo de no volver a hacerlo. Y si eso pasara, siento que mi vida no sería igual.

Y por último, afirmas también en tu biografía que aspiras vivir de la escritura. Subrayas...«cuando la función se acabe ». ¿Qué debemos entender por esto?

La vida pasa muy rápido. ¿No te parece? Tal vez escribo porque quisiera alargar mi tiempo en este mundo, llenarlo de otras voces y experiencias que me ayudan a vivir de múltiples maneras. O porque quisiera que quedara algo de mí cuando ya no esté en la tierra.   

Si desean saber más del autor
y/o su obra
pueden pinchar el siguiente enlace: 
https://oswaldoestradaescritor.com/