Como lo sabe cualquier periodista lo más complicado de escribir es siempre la entrada del artículo Y resulta más difícil empezar un prólogo cuando se trata de una persona amiga a quien estimas desde el fondo del alma.
Soy testigo del crecimiento personal y profesional de Elga Reátegui Zumaeta. La conocí en las aulas de mi alma máter la Universidad Inca Garcilaso de la Vega cuando pasé a enseñar a la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Integraba la primera promoción de alumnos a quienes por primera vez en mi vida enseñaba Psicología de la Comunicación. ¡Qué tal aventura esa! Elga era una de las alumnas más dedicadas y nunca cesaba de preguntar, a partir de ese enorme afán por conocer que muestran las alumnas valiosas. En una de nuestras primeras conversaciones comentó ya me había conocido antes, pues siempre escuchaba un programa que por entonces conducía en una radio limeña.
El autor de la nota junto a Elga Reátegui |
Fue la primera reportera de televisión de Garcilaso, muy escrupulosa y seria con su labor, y me consta porque alguna vez me entrevistó. Siguió trabajando en diversos medios y luego pude ver su crecimiento como escritora en poemarios y plaquetas, que fueron parte de sus primeras incursiones como escritora.
Pasados los años, cuando leí El santo cura me encantó su estilo. Sus personajes eran casi de carne y hueso. Quien leía podía conocerlos muy bien, pues la descripción de sus rasgos psicológicos era magistral. Creo haberle comentado que me recordaba a Dostoiewski, maestro del género. La trama de la novela era también muy interesante y mostraba esa cualidad de las buenas novelas: atrapa tu interés en tal medida que quieres continuarla y te la llevas bajo el brazo para leerla en cualquier intermedio durante trabajo. Era ya una Elga madura, una escritora con una prosa elegante, impecable y un estilo propio, quien trabajaba su obra al estilo de un guión de cine con sus flashbacks y los primeros planos de sus personajes pintados con fino pincel a lo largo de la narración. Sentí al leer su obra que gracias a su talento pronto la leerían en el mundo entero.
Cuando leí como primicia De ternura y sexo encontré a otra Elga, con sus dotes de escritora más pulidos y su estilo cada vez más diferenciado, describiendo con soltura los avatares sexuales de Mábela, una joven de casi cuatro décadas postmoderna, atrapada por sus indecisiones, que se muestran desgarradoramente cuando dice “ninguno de ellos, me convencía. El amor no se atrevía a brotar en mí”.
La protagonista procede de un entorno familiar desajustado, con una madre manipuladora y un padre permisivo que admite todos los caprichos de su cónyuge ― la cual vive insatisfecha consigo misma ―, pero que no tiene reparos en serle infiel. Una familia disfuncional que vive de apariencias de unidad y concordia para el consumo público, lo cual es tan solo un cascarón pues se desgarra por dentro de mil maneras, y su desintegración no espera al final de la novela.
Me acordé de aquellos finales de las novelas románticas de los 50 donde el happy end llegaba con el beso de los protagonistas, mencionado púdicamente, pero jamás descrito en sus detalles. Pues bien, Elga sigue la historia de los protagonistas hasta el lecho amoroso, describiendo los sentimientos encontrados de la protagonista y los propios detalles de los escarceos de la pareja hasta llegar al clímax, con cierta crudeza en algunos casos, pero por cierto sin morbosidad ni vulgaridad.
Hay momentos de ternura, de apasionamiento, pero también de drama y dolor en la obra que si bien tiene al sexo como componente constante, relata la agitada vida ficticia de los personajes, los avatares de la vida cotidiana del ser humano, donde conviven la generosidad del ser humano con odios y rencores muchas veces irracionales, que como en el caso de la familia Gómez ponen su particular sello a la existencia entera de los actores sociales. Vida cotidiana donde las visiones cerradas y los engaños a sí mismos de los protagonistas son un lastre que no los dejan salir adelante, tal como ocurre en la vida real.
Le auguro éxito por su talento ya demostrado
Amaro La Rosa Pinedo (*)
* Psicólogo, periodista y escritor
Desde aquí dar mi apoyo a Elga como lector de su novela, como escritor (diletante) por los desvelos que sé han sido numerosos a la hora de gestar y brindarnos esta obra, y como amigo. Mucha suerte y ánimo con De ternura y sexo.
ResponderEliminarUn saludo también para Amaro La Rosa.
Ginés