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lunes, 12 de junio de 2017

Francisco Morales: “La curiosidad me llevó a la literatura”



Su vida está marcada por dos grandes escenarios naturales: la montaña y el mar.  Ambos le han permitido conocerse y conocer al ser humano en profundidad. Imposible escoger entre los dos, pues ellos han forjado lo que hoy en día es como persona y escritor. Esta es la esencia de Francisco Morales, presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios, Vocal de Literatura del Ateneo de Málaga y presidente de la Asociación Internacional Humanismo Solidario. Sin embargo el autor es eso y mucho más. Les invito a conocerle. Disfruten de la lectura. 
Teniendo en cuenta que tus abuelos llevaron en la sangre  condiciones para el arte y la poesía quizá era inevitable que siguieras sus pasos en alguna de estas manifestaciones,  pero ¿en qué momento sientes el llamado de la literatura? ¿Hubo una revelación temprana o se fue dando de a pocos?
En torno a los quince años. España entonces era triste y la literatura era un refugio para no perecer. La biblioteca pública de Granada junto al río Genil que bajaba de Sierra Nevada fue entonces el lugar más maravilloso del mundo. Allí me podía olvidar de una triste realidad que había fuera de los anaqueles.
A Ricardo Bellveser, vicepresidente del Consell Valencià de Cultura, tu colega y amigo, le cuesta admitir que posees una licenciatura en Derecho y ejerciste dicha carrera, ¿qué ocurrió al momento de escoger  tus estudios universitarios?  ¿Por qué no consideraste la Literatura?
Cuando no imaginaba todo el camino
que iba a recorrer como escritor 
Primero llego a la Literatura. De hecho mi primera licenciatura es de Filología Hispánica. Luego al mundo del Derecho. Ambos mundos se complementan y se enriquecen. El Derecho es vida, también la Literatura.
Diste inicio a tu prolífica trayectoria literaria escribiendo teatro, una decisión poco común, teniendo en cuenta que la mayoría da sus primeros pasos en la poesía o la narrativa, ¿qué te atrajo de este género y por qué te pareció más interesante que el resto?
La realidad era entonces tan esperpéntica que su deformación me llevó al teatro. Una deformación en la que siempre creí. Pero habría que preguntarse qué entendemos por deformación. La deformación es parte de la realidad y forma conciencia en su seno. El teatro es un ejercicio vital que la realidad deformada me obligaba a mostrar. Sin embargo, casi al unísono también surgió la poesía. De hecho frecuentaba la vega de Granada, los lugares lorquianos. Algo que fue mi alimento durante la adolescencia.
Según sé, viviste poco en el lugar en que naciste porque tu familia tuvo que trasladarse a la ciudad, en este cambio  los niños de esta no te recibieron bien, tus maestros tampoco, y en general el sistema escolar te cortaba las alas, esto es algo que te marcó mucho tanto en lo personal como en tu obra, y pese al tiempo transcurrido lo evocas con frecuencia, ¿no es así?
La ausencia de libertad es el mayor crimen. Durante la infancia y la adolescencia estábamos dominados por criminales. Y esto marca una época. Un ser humano que no puede expresarse ni hablar no es un ser humano. Es un despojo. Pero también tuve grandes maestros. Recuerdo a don Gaspar de la Chica Casinello, con el que durante los veranos, ya en la adolescencia, traducía a Tito Livio, Horacio, Catulo y Virgilio.
Otra constante en tu obra es la presencia de la dupla: montaña y mar, ¿qué te aportan estos escenarios naturales? ¿De qué manera los haces tuyos? ¿Cuál es la enseñanza que  te dejaron?
Siempre han estado en mi vida y en mi obra. Mi lugar de nacimiento en la montaña, pero unos meses después fue el mar. Así ha sido casi siempre en mi vida. Ambos tan distintos pero ambos tan entrañables. Me gustan las grandes montañas (las montañas que son majestuosas e imponentes) y el mar en su soledad y fortaleza. Ambos están en mis obras dándose la mano porque están antes en mí y en mi vida. Ambos me han permitido conocer al ser humano en profundidad, seres humanos montaraces o seres humanos aventureros. Imaginación y aventura de la mano.
Jugando con su hermano Antonio 
Tu biografía cuenta que fuiste un alumno mediocre en Bachillerato elemental, pero cambió cuando ingresaste al Seminario Menor para cursar el Bachillerato Superior, ¿qué ocurrió? ¿Hubo un hecho especial que te motivara a interesaste por los estudios?  ¿Tal vez un maestro?
Aunque el ingreso para Bachillerato Elemental con nueve años, los primeros años no fueron muy buenos (aunque aprobaba) porque fue el momento en que nos trasladamos del campo a la ciudad y hube de iniciar los estudios como alumno libre. Esta adaptación llevó años. Tampoco mis compañías se daban mucho a los estudios estudiantiles sino al juego (fútbol sobre todo) y la diversión. En el Bachillerato Superior todo cambió. El revulsivo fue uno de los famosos test que por entonces hacían a los alumnos. El comentario del psicólogo fue que no hacía todo lo que debía, a pesar de que aquel año obtuve cinco sobresalientes de ocho calificaciones. Al año siguiente convertí las ocho calificaciones en ocho sobresalientes y me eligieron el alumno más brillante del Seminario Menor de Granada. El resultado fue muy bueno. De los tres años y veinticuatro asignaturas obtuve dieciocho sobresalientes y seis notables. El último año de ese Bachillerato lo realicé en el Instituto Padre Manjón, donde se hallaba la élite de los alumnos de Granada. Entonces me di cuenta de que podía. Me di cuenta de que trabajando se puede conseguir lo que se quiera. Y, desde entonces, no he parado nunca. Disciplina, método y perseverancia.
Hacia el año 1973 tuviste una crisis religiosa, abandonaste por completo tu tarea de monaguillo, y te volcaste en la lectura y no había mejor lugar que hacerlo en la Biblioteca Pública del Salón. También por esa época entablaste amistad con un librero y pasabas largas horas charlando con él.  ¿Qué motivó que tu fe se quebrara?  ¿Tu cura para ese vacío espiritual  fue la literatura?  ¿Volviste  a reconciliarte con tus creencias?
Una obra donde se refleja su amor
por la montaña y el mar
Me di cuenta de la existencia de la hipocresía y la mentira en aquellos curas en los que más había confiado. Perdí totalmente la fe. La razón, al menos mi razón, me llevó a perderla porque la iglesia acabó identificándose con la falta de libertad y aquello que queríamos combatir. Sí, fue entonces cuando comencé a crear una pequeña biblioteca. Con lo poco que me daban los fines de semana, me guardaba algún dinero e iba a un librero que había en la calle Elvira de Granada. Con él pasaba horas muertas porque era un lector empedernido y yo quería saber. Yo era una persona curiosa. La curiosidad me llevó a la literatura. La literatura fue un modo de refugio, un modo de conocer otros mundos menos tristes que aquel. Desde el inicio sabía que en literatura nadie me iba a engañar porque de entrada ya se sabía que todo era mentira. Y acepté aquella hermosa mentira que encerraba las verdades más absolutas.
¿Se podría decir que Gaspar de la Chica Casinello,  tu profesor de Latín, preparó los cimientos de tu escritura literaria?  ¿Cómo recuerdas esa época a su lado?
Es una de las personas más entrañables que he conocido nunca. Llegó a inculcarme el amor por el latín, pero también el amor por la amistad. Fue, sin ninguna duda, el mejor profesor que tuve, pero sobre todo porque fue una persona magnífica. Y, al cabo de los años, no me explico qué vio en mí para tratarme con tanto afecto. De él aprendí valores, aprendí ética, aprendí a ser persona. Además, también aprendí de él que es maravilloso ser humilde en el conocimiento. Era un profundo intelectual humilde. Llegó a ser un buen arqueólogo y profesor de la universidad de Granada y todos sus compañeros, cuando se jubiló, le prepararon un grueso volumen de homenaje. Me di cuenta entonces de que ese era el camino.
Con 17 años ingresas a la universidad y tu panorama cambia por completo: hallas una atmósfera de efervescencia política y no eres ajeno a ella, aquí se da forma a tus convicciones ideológicas, ¿no es así?
Revela que en la universidad dio forma a sus convicciones
políticas
Efectivamente. Por entonces yo era un cóctel molotov. Una persona de gran vitalidad y fortaleza. Allí entré en contacto con personas muy ideologizadas del PCE, la Liga, el MCE, la CNT… Desde luego el PSOE no existía en la universidad. Se consideraba un partido burgués. Fue el momento en que pensé en los demás, en que yo era un ser privilegiado por tener acceso a la universidad. Esto me llevó a participar en asociaciones que ayudaban a personas en exclusión. Comencé a darle clase a una chica que estaba en silla de ruedas en casa y deprimida y a personas que habían salido de correccionales y querían obtener el certificado de Estudios Primarios. Allí aprendí que podía ser útil a otros y tenía una sensación muy placentera en ese trabajo. Después quise conocer el mundo y con diecinueve años me fui a trabajar los veranos a Francia con un grupo de gitanos con los que trabé mucha amistad. Fue otro mundo.
Un acontecimiento importante en tu vida fue viajar a Francia a trabajar en la vendimia. Lo hiciste más por conocimiento que por necesidad económica, ¿qué te impactó de esa experiencia para que hasta hoy la lleves tan presente?
La primera vez que me fui a Francia tenía diecinueve años y mi padre se quedó con las lágrimas en los ojos. España entonces no daba mucha seguridad y temía que pudiera cerrarse la frontera por alguna guerra civil (los hombres de la posguerra estaban traumatizados) y quedarme en Francia. Había mucho miedo todavía en el país. Tan solo hacía dos años que Franco había muerto y nadie daba un duro por Adolfo Suárez y menos por el rey. Todos temíamos una nueva dictadura o una nueva guerra civil. Aquellos viajes supusieron para mí una extraordinaria experiencia porque conocí otra realidad, otro país, otro mundo, otra forma de pensar. Yo me sentía afrancesado. De hecho durante muchos años mi única obsesión era irme a vivir a Francia, la cuna de la libertad. Yo, como tantos intelectuales del siglo XVIII y comienzos del XIX, me sentía profundamente afrancesado. Y Francia era un modelo a seguir. Allí también descubrí el amor y el erotismo. En España no existía el sexo.
En 1981 publicas tu primera obra Veinte poemas andaluces, ¿cómo era el Francisco de esa época? ¿Todavía te reconoces en ese libro?
Su primera obra 
Durante el periodo universitario escribía sin cesar. De hecho tengo varios libros inéditos de entonces. Incluso hasta la memoria de licenciatura sobre la narrativa de Francisco Umbral de 1965 a 1980 está inédita. Pero yo quería ser poeta y publicar. Vi que Celaya había acabado de publicar una obra en una editorial de Bilbao y allí envié mi obra. Entonces la poesía española vivía bajo el influjo del culturalismo de los Novísimos, pero a mí esta literatura no me acababa de convencer  porque no tenía ideología, no tenía sangre, no tenía solidaridad, no tenía humanidad, aunque tuviera mucho juego, mucha cultura y mucha sabiduría estética. No era mi estética ni mi pensamiento. Pero era consciente de que no se podía escribir como en los años 50, tampoco se podía escribir en 1979 o 1980 como Celaya o Blas de Otero. Se me planteaba un problema estético importante: aunar el compromiso y la estética.  Yo había estado en Francia y había visto trabajar a la gente de sol a sol, irse de sus casas para ganar una miseria…, había sido profesor (un jovencísimo profesor) de personas excluidas socialmente y esto no me pasaba inadvertido, y también estaba mi formación religiosa juvenil. Yo me daba cuenta de que había que cambiar las cosas y la literatura no podía permanecer ajena a aquello. Pero no era la época de la literatura panfletaria. Así que me llamó la atención César Vallejo (del que leí toda su obra) y también Miguel Hernández, a quien Joan Manuel Serrat había dado a conocer con su famoso disco negro. Fueron entonces mis guías. Al cabo de los años, pienso que el Humanismo Solidario ya estaba allí. Lázaro Carreter (que sería director de la RAE, entonces era catedrático de la universidad de Salamanca, si no recuerdo mal) saludó el libro como una obra cuyo “lenguaje transformaba la cólera en léxico y sintaxis de enorme energía”, y el catedrático Francisco Ynduráin decía que mi lírica tenía una proyección metafísica. Después Enrique Villagrasa hizo elogios de ella.
También en la década de los 80  decides cambiar de residencia y te trasladas a Barcelona, allí te relacionas con intelectuales de la zona y publicas tu segunda obra de título Basura del corazón, en el que abordas el tema de las urbes  influenciada por la Generación Beat americana, cuéntanos sobre tus motivaciones en ese entonces.
Su segunda obra
Efectivamente, la gran ciudad es el centro de la nueva poética. Granada era una ciudad de provincias, siempre lo fue y lo sigue siendo, una ciudad cainita en la que siempre hay dos bandos que se fusilan entre sí. Barcelona era Europa, era otro mundo, otro modo de ser y estar en él. Pero un mundo también lleno de desigualdades y peligroso donde la miseria es más relevante. Y en España en 1981 había mucho paro y mucha miseria. De hecho ese año que me marcho a Barcelona no solo hubo el golpe de Tejero sino varios más. España era una bomba de relojería. Por entonces yo leía mucho a la generación beat: Ginsberg, Kerouac, Burroughs… y, sobre todo al depravado Bukowski, cuya literatura provocadora me encantaba. Y al hilo de ellos y ese nuevo mundo que inauguraba escribí mi segundo libro que fue publicado por José Jurado Morales, un gran intelectual a reivindicar, premio Vasconcelos y Premio Ciudad de Barcelona. Un gran intelectual y, sobre todo, una gran persona.
Desde 1992 hasta la fecha, volcaste toda tu atención en tu tarea de escritor y una serie de proyectos de índole literaria y cultural, además  ejerces de docente, asumes la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos y recibes una serie de reconocimientos, ¿luego de tu experiencia con la política partidarista de tus años mozos llegaste a la conclusión que la mejor manera de ayudar a la humanidad es a través de los libros y cultura?
Efectivamente, la política me defraudó totalmente. Aunque la política es el único instrumento para cambiar la realidad. Téngase muy en cuenta esto. Me formé intelectualmente con la realización de la licenciatura en Derecho, pero me di cuenta de que la política no era lo mío. Fui secretario de la Federación Progresista, incluida dentro de Izquierda Unida-Convocatoria por Andalucía, participé en mítines con Julio Anguita y dirigentes de entonces, admiré a Ramón Tamames (entonces el intelectual más brillante del país aunque después caería en una derechización obscena) y mi camino fue para intentar cambiar la realidad. Pero la realidad no la cambia nadie. Los cambios siempre son imperceptibles y a largo tiempo: algunos pasos adelante y otros atrás. Me di cuenta de que no servía para ser político porque no podía decir de la noche a la mañana blanco y negro, aunque me gustaban los mítines y siempre me gustó el público: me sentía a gusto delante de muchas personas: era como si me encendiera. Tampoco soy suficientemente hipócrita. Tengo la hipocresía justa, mediana, como la mayoría, pero no la de un político, ni su cinismo.
Eres presidente de la Asociación Internacional Humanismo Solidario (AIHS), ¿con qué metas u objetivos se gestó y cuál es la evaluación que haces de ella hasta el momento?
La conceptualización de esta corriente de pensamiento, literaria y artística,  concreta sus propuestas tomando como base las raíces histórico-ideológicas de las que se nutre y bebe, consolidadas en estos pilares:
Primero. El eje vertebral del pensamiento del Humanismo solidario es la necesidad de reivindicar la unidad profunda de la humanidad, en contra de la fragmentación (individualismo, autonomía, nacionalismo, aislamiento, etc.) y del dogmatismo (totalitarismo, intolerancia, fanatismo, etc.) imperante en la actualidad.
En plena lectura durante un acto literario
Segundo. No es que no exista una ideología determinada, es que por encima de las ideologías impera una idea central y definitiva: la idea de fraternidad.
Y tercero, Humanismo solidario es una reivindicación del compromiso, al haberse producido una desalentadora huida y hasta renuencia de buena parte de los intelectuales sobre el deber del compromiso; compromiso con la palabra y con la vida (que debe de incluir, siempre, a los otros), que no significa militancia ni instrumentalización de índole alguna, sino vinculación y resistencia.
El creador ha sido históricamente un referente social. Eclipsarlo supone fracturar el tejido vertebrador de las sociedades e interceptar el progreso. No olvidemos que todo creador, utilizando la forma de expresión que le ha sido conferida (científica, plástica, musical o literaria), se compromete a valerse de su obra para explicar el mundo. Humanismo solidario reivindica el compromiso del creador con la sociedad y con la historia, que viene a ser compromiso con la palabra y con la vida, desde la resistencia y la vinculación, como actos de responsabilidad por el "otro", aceptando que ética y estética conforman la cara y la cruz de una misma moneda. El arte, en esta coyuntura crítica, exige una irrecusable toma de conciencia que propone como afán de su creación y pensamiento al ser humano bajo el sentido de unidad profunda de la humanidad.
¿Cómo asumes  pertenecer a la Generación de la Transición? ¿Cuál fue tu papel en ese tiempo?
Soy un hijo de la Transición. Viví la dictadura de modo consciente, los cambios que se produjeron en nuestro país, la llegada de la democracia, el conocimiento de Europa… En ese tiempo yo participé desde posturas de izquierda en la realización de los cambios muy modestamente porque modesta era la representación entonces de Izquierda Unida, pero mi pensamiento siempre estuvo ahí, porque considero que desde este ámbito se podían ir produciendo cambios sociales.
"Me he dado cuenta que toda la vida he estado defendiendo
las mismas ideas", revela 
Defines tu poesía como humanista, ¿en qué difiere de la que cultivaste en tiempos pasados?
Al cabo del tiempo, me voy dando cuenta de que siempre he estado defendiendo las mismas ideas, solo que ahora están más sistematizadas y antes nacían al hilo de los acontecimientos y la miseria en la que vivía el país. El ser humano como centro, en su dolor y en su alegría, en su memoria y en su pasión amorosa.
Estás en plena lucha por introducir la poesía de escritores contemporáneos en las escuelas e institutos de Andalucía e incluso se aprobó una norma para que se pusiera en marcha, pero los encargados no lo hacen alegando falta de recursos, es un panorama que se repite en toda España, ¿no es así?
El gran problema de la cultura en este país es que los políticos la subestiman y ponen al frente de los departamentos a personas a los que le interesa un carajo. Son personas que aguantan el temporal de los intelectuales, los pintores… pero su interés es nulo. Por otra parte está la clara insuficiencia de recursos que dedican a ella. Irónicamente me decía en una ocasión un consejero de Cultura: Francisco, ¿sabes el presupuesto que tengo para mi departamento? Lo que vale construir un puente. A veces, sin embargo, con un poco de imaginación y pocos recursos se podrían hacer muchas cosas, pero es necesario que el “encargado de turno” se lo crea. Ni se lo cree ni se le espera.
Has hablado de un replanteamiento de la poesía social, ¿de qué manera hacerlo sin caer en lo panfletario o  parecer vinculado a la izquierda, sea caviar o subversiva?
Junto a los poetas Vicente Barberá y Ricardo Bellveser, tras el homenaje que
le tributó Poetas en el Ateneo (Valencia) 
Debe ejercerse desde una perspectiva en la que cambie el sujeto. Un“sujeto atrofiado” que nace para el pensamiento único y la alienación racionalista, adoctrinado. Durante esta centuria hay escritores que han abordado esta soledad del ser humano ante el medio hostil y ofrecen respuestas que permiten crear instrumentos para la comunicación y el conocimiento (nunca términos excluyentes) de la misma de modo que el camino resulte más llevadero. El lirismo ahora debe ocuparse de encontrar cabida para el sujeto y la colectividad, el sueño y las cotidianidades. Articular, consensuar sus infinitivos susceptibles de identificar esa poesía orientada en sintetizar las contradicciones, en reencontrar el gusto por la emoción y también por la expresión, en mostrar su inquietud más cercana a lo ajeno que a lo propio, lo unidimensional, nacido a partir de los fenómenos globalizadores. El sentimiento del poeta no es un estado de ánimo personal sino colectivo. El placer o el dolor que posee ante su visión del mundo y la realidad que hay en su entorno el poeta lo posee tanto en cuanto forma parte de una comunidad, de una sociedad, de una humanidad: es un sentimiento NUESTRO y de ahí que es necesario dar respuestas que tengan una consideración sociocultural, literaria, estética, ética, pedagógica y antropológica, como diría Foucault (2009). Se necesita, en definitiva, «una reconquista del ser». 
Has evidenciado tu admiración por César Vallejo, ¿sigue siendo el poeta humanista por excelencia? Resulta  contemporáneo pese a que este tiempo no es el suyo aunque parezcan similares, ¿compartes esta impresión?César Vallejo aunó la recuperación de la vanguardia y el lenguaje con Trilce, pero sobre todo recuperó para la literatura al ser humano con Poemas Humanos y España, aparte de mí este cáliz. Vallejo sigue siendo un poeta moderno. Un referente para las nuevas generaciones.
Si desean saber más sobre el autor o su obra
pueden pinchar
los siguiente enlaces:
http://www.moraleslomas.com/index.php?id=927
http://www.humanismosolidario.com/index.php?id=1433
http://www.criticosliterariosandaluces.es/index.php?id=inicio