Oswaldo Estrada se define en sus redes sociales como escritor, cantante de barrio y cocinero por vocación, sin embargo, este autor de orígenes peruanos, es un experto en la llamada literatura de la inmigración, no solo porque en su obra concentre la nostalgia e idealización de la tierra abandonada, sino porque, por experiencia propia, conoce las mil y una peripecias de un extranjero en el intento de hallar su sitio en lugar extraño y amoldarse a las nuevas costumbres. En suma, reinventarse y salir adelante como objetivos fundamentales.
Estrada se alzó con un International Latino Book Awards, Best Collection of Short Stories in Spanish Gold Medal por su libro de relatos Las guerras perdidas en 2021. Y ahora se encuentra en plena promoción de su novela Tus pequeñas huellas (Suburbano Ediciones, 2023).
Tus pequeñas huellas es tu primera novela, sin embargo, abordas temas que te son conocidos, no solo porque los tocaste en forma de relato en anteriores libros sino por tu condición de inmigrante, la cual forma parte de tu identidad y desenvolvimiento social, ¿cuándo surge la idea de contar la historia de Andrés y Marena, una pareja que abandona su país en una época de extrema violencia terrorista para forjarse una vida más amable?
"Jamás pensé que viviría una vida errante", revela el autor californiano. |
No sé exactamente cuándo me di cuenta que estaba escribiendo
una novela. Lo que sí te puedo decir es que hace unos diez años comencé a
escribir las primeras notas, los primeros diálogos o monólogos de estos
personajes, cuyas historias me han perseguido constantemente, en distintos
viajes, en casa, en el trabajo. Como profesor de literatura latina y latinoamericana,
estoy siempre en contacto con cuentos y novelas que tienen que ver con la
migración mexicana, centroamericana, caribeña. Y tenía muchas ganas de explorar
algo quizás poco trabajado desde los Estados Unidos, en español: la migración
peruana durante los años de la violencia. Como bien dices, yo he trabajado la
condición de ser inmigrante en varios cuentos, en muchos ensayos. Y quería
contar las experiencias migratorias de Andrés y Marena, dos peruanos que se
encuentran, por casualidades de la vida, en Nueva York.
A muchos inmigrantes les ha pasado que logrado el sueño de
viajar y establecidos en su nuevo hogar, de repente, se dan cuenta -como es
obvio-, que todo es distinto y se les termina alojando en el corazón un
sentimiento de permanente nostalgia.
Todos los que nos vamos tarde o temprano extrañamos ese mundo
que dejamos atrás. Incluso la gente que dice no extrañar nada, en el momento
menos pensado vuelve mentalmente al barrio, a la casa. No significa que no
puedas llegar a ser feliz en tu hogar de adopción. Uno aprende a vivir con esa
nostalgia que a lo mejor solo te visita de vez en cuando, cuando extrañas
alguna de tus comidas, cuando te acuerdas de esa canción que escuchaste hace
años, cuando pertenecías, sin saberlo, sin cuestionarlo, a ese lugar. Todos
vuelven a la tierra en que nacieron, dice la letra de uno de nuestros
valses más conocidos, al embrujo incomparable de su sol. Todos vuelven al rincón donde vivieron,
donde acaso floreció más de un amor. El retorno no siempre es físico, eso
lo sé ahora, pero uno vuelve, uno vuelve siempre, aunque solo sea de corazón.
Hay un pensamiento unánime que no se pronuncia, pero se siente y es que cuando dejamos nuestro país, por los motivos que sean, terminamos perdiendo 'algo' que no solemos identificar con exactitud. ¿Eres consciente de eso?
Le costó mucho aprender a vivir entre dos orillas. |
Lo triste, que a su vez se puede percibir como un sentimiento
de desubicación total, es cuando vuelves a tu tierra -como les sucede a tus
protagonistas-, y te encuentres con que nada es igual, ni tu barrio, ni tu
gente ni tu país. Y, es entonces, cuando se te meten en la cabeza pensamientos
de culpa o traición por haberte ido.
A veces me pregunto cómo hubiera sido la vida si no
hubiéramos abandonado el Perú a principios de los noventa. Era la época de la
violencia, ¿te acuerdas? Yo tenía trece o catorce años cuando comencé a
atormentar a mi mamá para mudarnos a Estados Unidos. Tenía un pasaporte
americano que podía darme otras posibilidades de vida. Y no quité el dedo del
renglón hasta que lo conseguí. Creo que en situaciones tan violentas como las
que vivimos en aquellos años, uno crece más rápido que otras personas. Y a esa
tierna edad estaba convencido de que debíamos irnos. Jamás imaginé que a partir
de entonces viviría una vida errante, que me sentiría, como dices, “desubicado”
en Estados Unidos y también al volver a mi tierra. En Estados Unidos me sentía
muy peruano. Por mi manera de hablar, por mis costumbres, nuestras comidas,
nuestra música y tantas cosas más. Pero cuando volvía al Perú a visitar a mis
abuelos, la gente me percibía como extranjero. En algún momento cambió mi
acento, cambiaron mis palabras. Y no solo eso: mi modo de ver la vida. Ahora
vivo feliz con un pie aquí y otro allá. Abrazo mi condición de ser y no ser, de
pertenecer y estar en el limbo. Pero me tomó mucho tiempo aceptarme en el puente
mismo de mis dos mundos.
El volver a veces no es una opción viable por una serie de
motivos, entre ellos, porque allá no hay una sensación de pertenencia o pocas
posibilidades de adaptación o porque donde resides, a pesar de todo, te
encuentras seguro y estable, y es lo que perseguías dejando tu terruño. Sin embargo,
lo cierto es que vives idealizando lo que dejaste y aferrándote a lo
conseguido, ¿lo ves así?
Tus pequeñas huellas: la historia de Andrés y Marena. |
Por otro lado también cuando retornamos, aunque sea de visita
o paseo, la gente, llámese familia o amigos, ya no te ve como antes, e incluso
pasan a denominarte 'extranjero', lo que profundiza tu confusión: el no ser de
aquí ni de allá.
Antes me molestaba que la gente me preguntara de dónde era
cada vez que volvía al Perú. Ahora me río. Es lógico que sea diferente a los
que nunca dejaron el suelo patrio. Que hable con otro acento y camine con otros
pasos. Que utilice otras palabras. Que esté hecho de otras vivencias, si salí
del Perú hace más de treinta años. Y me pasa en todas partes. En la Ciudad de
México me preguntan de qué parte de la república soy, pensando tal vez que soy
mexicano. En California, soy un latino más, sobre todo cuando paso del inglés
al español en una misma oración, como aprendí a hacerlo en la adolescencia y en
la universidad, para crear, junto a otras minorías de origen latinoamericano, cierto
sentimiento de comunidad. En la universidad, uso un español bastante estándar
para comunicarme con mis alumnos. Y aunque hablo el inglés con la misma fluidez
que el español, hay palabras que nunca podré pronunciar en esa lengua.
Mucha gente afirma, con aparente convicción, que se siente
ciudadana del mundo, que no tiene el menor arraigo con su tierra de origen ni
con ningún sitio del mundo, ¿crees que esto sea realmente posible? ¿Que sea
cierto?
Estrada es profesor de Literatura latinoamericana en la Universidad de Carolina del Norte. |
Tus pequeñas huellas es una novela de pérdidas absolutas
y a medias, no solo de una identidad que se tambalea sino también por la
ausencia de unos seres queridos. En tu historia, además, la pareja protagónica
se enfrenta al dolor que acarrea la desaparición física de sus hijos. Aquí muestras
que las madres y los padres no afrontan este tipo de luto de manera semejante.
Correcto. Debido al machismo en nuestras sociedades latinas,
latinoamericanas, o a nuestras marcadas divisiones de género (si queremos ser
más amables), por lo regular se piensa que los hijos, la crianza de los hijos,
es una cuestión de mujeres. Por eso mismo, cuando una pareja pierde a un hijo,
a medio embarazo o al nacer, la gente siempre se preocupa por ella, por la
madre, pero casi nunca se piensa en el padre que debe vivir esa pérdida de
manera solitaria, silente. La mujer que pierde a un hijo incomoda a la gente de
su entorno. La gente no sabe qué decirle. Porque no parece natural que se te
muera un bebé, aunque ocurre con más frecuencia de la que pensamos. Si ese
estigma acompaña a la mujer que pierde a un hijo, el hombre que vive este
trauma de manera paralela no existe. Nadie lo toma en cuenta.
Las ganas de un hombre por ser padre es un punto que, raras veces, se desarrolla en una novela. Tampoco la frustración de no ser tomado en cuenta a la hora de apostar por la vida de un hijo o no por parte de la pareja de turno. A Andrés lo dejan fuera, en un par de ocasiones, sin voz ni voto en este aspecto. Ocurre a menudo, ¿no?
Durante la presentación de uno de sus libros en la Feria del Libro de Guadalajara 2023. |
Debido al sexismo en nuestras sociedades, y a causa de
nuestras absurdas divisiones de género, le adjudicamos el deseo de tener hijos
casi exclusivamente a las mujeres, como si los hombres no fuéramos capaces de
desearlo con la misma intensidad. Yo creo en el derecho de las mujeres a
decidir sobre su cuerpo, a que decidan tener hijos o no, pero es verdad que
Andrés siente que lo dejan fuera de toda decisión al menos en un par de
ocasiones. Así es la vida. Todo no se puede tener. En demasiadas ocasiones, la sociedad
decide por la mujer. Hablo de la presión social, de la familia, de la pareja y
un largo etcétera. Es justo que una mujer decida por sí misma, porque es su
cuerpo, porque es ella la que va a cargar a esa criatura en su vientre a lo
largo de nueve meses, aunque su pareja (como sucede con Andrés en la novela),
tal vez quisiera que lo tomaran en cuenta.
Eres de orígenes peruanos, sin embargo, naciste en California.
Luego volviste a Perú, para después, en plena adolescencia, retornar a los Estados
Unidos, donde radicas hasta la actualidad.
¿Cuál es la tierra que sientes como tu verdadero hogar?
Qué pregunta más difícil. Yo seguiré siendo peruano hasta la
muerte. Peruanos son mis padres. Y peruanos fueron mis abuelos, mis bisabuelos.
Mi hija de ocho años lo sabe y nos reímos juntos cuando preparo algún plato
típico y concluimos que es lo máximo porque es peruano. Ya sea una causa, un
arroz chaufa, un escabeche, un pollo a la brasa. El Perú es y seguirá siendo la
tierra de mi corazón. Pero ya no imagino el retorno, menos si tomo en cuenta
que mi madre y mis hermanos viven también en Estados Unidos. Los inmigrantes
nos acostumbramos a vivir entre el mundo que dejamos atrás y el lugar de
adopción. Y ese intersticio, esa cuerda floja, ese puente, se convierte, aunque
no lo busquemos conscientemente, en el verdadero hogar.
Escribes en reposo y en movimiento; entre el ruido y el silencio. Sin importar el soporte ni la hora, según tú lo haces: «Para que mi mundo de fantasías no se desarme». ¿Lo puedes explicar?
Se pregunta a menudo qué hubiese sido de él de no haber inmigrado. |
Desde chico me acostumbré a imaginar historias distintas a
las de mi vida cotidiana, en el Perú, en los Estados Unidos. Imagino que todo
escritor vive algo parecido. Porque la vida es monótona, predecible. Y las
historias que uno imagina nos dan otras posibilidades, algo que no siempre
hallamos en la cotidianidad. Yo me paso la vida imaginando escenarios,
diálogos, posibles desenlaces que sólo existen en mi mente y que sólo a veces
pasan a mis cuadernos, a mi teléfono, a mi computadora. Son totalmente ficticios.
Sin embargo, esas fantasías forman también parte de mi mundo real. Escribo en
todas partes, a todas horas, porque tengo miedo de no volver a hacerlo. Y si
eso pasara, siento que mi vida no sería igual.
Y por último, afirmas también en tu biografía que aspiras
vivir de la escritura. Subrayas...«cuando la función se acabe ». ¿Qué debemos
entender por esto?
La vida pasa muy rápido. ¿No te parece? Tal vez escribo porque quisiera alargar mi tiempo en este mundo, llenarlo de otras voces y experiencias que me ayudan a vivir de múltiples maneras. O porque quisiera que quedara algo de mí cuando ya no esté en la tierra.
Si desean saber más del autor y/o su obra pueden pinchar el siguiente enlace: https://oswaldoestradaescritor.com/ |