El universo
de la poesía y los poetas sigue siendo
desconocido para la mayoría de los comunes mortales, y aunque el vate argentino
Arturo Borra manifiesta que no tienen por qué ocupar un lugar de privilegio en
este mundo ancho y ajeno, nadie puede discutir que los poetas están hechos de un material
diferente y complejo, y quizá sea así, porque sus palabras albergan la promesa
de un cambio en quienes los escuchan o ven. Sus mentes y almas pueden entender
y sensibilizarse en su exacta dimensión con todo lo que atañe a los
sentimientos y vivencias humanas, por tanto, es perfectamente viable creer en
un masivo cambio de conciencia mediante la lectura de sus escritos.
El poeta
Borra expresa: “No soy pesimista con respecto al “futuro de la poesía”; lo
que me preocupa mucho más es el futuro nuestro como humanidad y como formación
social”.
¿Se nace poeta o se puede llegar a la poesía intencionalmente? ¿Cómo se dio en su caso? ¿Cuáles fueron sus
orígenes?
Las teorías de la predestinación
me resultan sospechosas, incluso aquella versión contemporánea que es el
genetismo. Trafican con desigualdades que son producto de la división social
del trabajo y no de una herencia natural, una especie de “don” caído del cielo
o dado por algún azar evolutivo. Negar esas teorías no conduce por necesidad a
una filosofía voluntarista, ante todo, porque lo «inconsciente» -como dimensión
de nuestra subjetividad- condiciona de forma estructural nuestras querencias. Tampoco
supone negar ciertas diferencias entre los seres humanos en lo que atañe a su
capacidad artística. Lo que cuestiona, en cambio, es que esas capacidades deban
explicarse exclusiva o fundamentalmente por una presunta dotación innata a la
que sólo unos pocos elegidos tendrían acceso.
Entonces, no es que primordialmente
uno elija ser poeta –incluso si a lo largo de nuestras vidas tenemos que tomar
distintas decisiones para reafirmar esa identidad. Más bien, somos arrojados a una
práctica de escritura por una suma de identificaciones, de llamados en los que nos
reconocemos extrañamente.
La escritura, al menos en mi caso,
surgió como una forma de rescate, a pesar de no tener ninguna vocación
mesiánica. Nada abstracto: el dolor que intentamos conjurar, la tristeza que
asoma y necesitamos elaborar para seguir viviendo, la revuelta íntima que se
gesta ante la asfixia…
El poeta revela que la poesía llegó a él como una forma de rescate |
¿Hay alguna diferencia entre quienes nacen poetas y los que se forman
para serlo?
Dado que esa diferencia me parece
más bien «imaginaria», diría que mientras los primeros descansan en su “genio”,
los segundos no se permiten ese lujo: se entregan apasionadamente al trabajo de
la escritura. Obviamente, pienso que los segundos, los que son conscientes de
su “falta de talento”, son muchísimo más interesantes que los primeros. El
inconformismo con lo que uno hace es esencial para no dejarse deslumbrar por el
destello narcisista de la obra “propia”.
Hay incluso algunos que cuentan que llegaron a la poesía sin
proponérselo, ¿cómo entendemos estos
casos?
La poesía te encuentra antes. Uno
grita, sufre, no comprende y se sumerge en la lectura, a menudo de forma accidental,
de ese género sin género que es lo poético. Ahí empieza a gestarse un sentido
posible, un espacio fecundo de interrogación y, en ocasiones, un consuelo para nuestra
intemperie. Entonces no es sorprendente que, sin proponérselo, uno garabatee
unos borradores que, con mucho trabajo de revisión, terminan latiendo como
poemas. Puede que, con suerte, esos poemas encuentren sin saberlo lectores que
los necesitaban.
¿Cómo manejan su sensibilidad los poetas en un mundo tan conflictivo y
doloroso? ¿Dónde encuentran su paz, su equilibrio?
Supongo que como cualquier otro
ser humano: procurando hallar recodos más amables, abrazando a los que amamos, construyendo
-con los límites en los que nos movemos- aquello que deseamos, implicándonos en
la transformación del mundo y de nosotros mismos. Sin paz ni equilibrio,
precisamente, porque estamos heridos por la incongruencia del mundo.
¿Usted busca la inspiración o ella la sorprende de repente?
Me sorprende trabajando –aunque
sea un trabajo fuera de esa disciplina metodista de los que hacen del arte un
“oficio”. No digo que esa disciplina no tenga sus ventajas. Lo que ocurre es
que esa profesionalización a menudo conduce a unas exigencias productivas que
no coinciden con los tiempos de la escritura. El dictado del inconsciente es
irregular y hay que estar muy atento para poder escucharlo.
Encuentra su equilibrio trabajando a favor de los demás |
¿Qué ingredientes tiene la buena poesía? ¿Los malos poemas también tienen una
oportunidad?
Altero el orden de las preguntas.
Los malos poemas tienen una oportunidad en muchísimos lugares: en las
estanterías, en los premios fabricados a medida de los amigos y grupos de
pertenencia, en las tertulias o las antologías, en general, en todos los
espacios donde el afán de protagonismo no sólo termina primando por sobre
consideraciones estéticas sino, lo que es peor, termina irrumpiendo con una
insólita violencia: descalificando otras apuestas poéticas, utilizando como
medios tanto la difamación o el desconocimiento de los demás como la
autopromoción más burda o el desarrollo de estrategias de marketing por demás
de sintomáticas. Puesto que nadie está exento de crear malos poemas, un
ejercicio de humildad sería pensar que lo más oportuno para esos poemas es la
papelera.
Sigo pensando que la Teoría estética de Adorno contiene una valiosa
respuesta. La buena poesía -que se dice en plural- es aquella que nos aporta un
«contenido de verdad», aunque esa verdad sea inseparable de un específico trabajo
formal, que exige ante todo una reflexión crítica sobre el lenguaje y el mundo.
A esos apuntes los articularía a algo que va más allá de este autor. Aunque la
estética es algo distinto a la teoría de la recepción, un discurso poético que
sea incapaz de producir cierta conmoción en sus lectores (y digo «conmoción»,
no «golpe de efecto» o «complicidad fácil») quizás no sea más que un buen
artefacto retórico. No niego méritos a este logro, pero pienso que un poema que
nos deja indiferentes está fracasando en algo decisivo...
¿Abunda el talento en la poesía? ¿Cómo sabemos que estamos frente a un gran
poeta?
Lo que abunda es la arrogancia,
los que se presumen talentosos, los que adoran su ego y cultivan los gestos de egolatría,
los que incluso le dan la vuelta y van de modestos pregonando su falsa humildad
por todas partes. Por supuesto que no se trata, ni mucho menos, de incitar a
esos silencios culposos, puritanos, que de vez en cuanto quieren imponerse como
norma moral.
Para mí la «ética de la escritura»
está ligada a una cierta sobriedad, a no extraviarse con los elogios ni
obnubilarse con la crítica, a no perder de vista el inconformismo que lleva a
esa interminable exploración musical que constituye lo poético. Por lo mismo,
los mejores poetas son aquellos que esquivan toda voluntad de grandeza, los que
evitan la autocomplacencia de ser “autores mayores” reconocidos por la
institución. Claro que uno desea el reconocimiento de aquellos lectores capaces
de construir un diálogo crítico con nuestros textos. Sin embargo, llega un punto
en que también es necesario liberarse del apremio de la sanción pública y
entregarse a esa pasión nocturna que es escribir. Quizás sólo entonces la escritura
se hace no sólo imprevisible y singular, sino también vitalmente necesaria para
algunos de sus lectores.
Su primer poemario |
¿La poesía es más sentida y profunda cuando habla de la naturaleza o cuando
se refiere al ser humano en toda su complejidad?
La poesía no es profunda por su
objeto sino por su mirada o, si se prefiere, por su potencia para decir lo que
permanece invisible en las máquinas de visión más frecuentes. Puede detenerse
en diferentes regiones: ser en una nervadura o una piedra o en una realidad
social sangrante. Dicho esto, siempre escribimos desde la subjetividad que nos
atraviesa, incluso si pensáramos que lo humano no tiene que tener ninguna prerrogativa
poética por sobre otras dimensiones de lo real. Lo central quizás sea la
capacidad poética de dar cuenta de la realidad efectiva en toda su complejidad.
Eso incluye, por supuesto, al ser humano en sus vínculos con los otros, pero
también su relación con la alteridad que subvierte la medida de lo humano en el
mundo.
¿En qué momento se dio cuenta de que la poesía era su mejor forma de comunicarse con
el mundo?
En el momento en que me permitió
acercarme a lo indecible.
¿Qué temas son los más frecuentes en su quehacer poético y cómo los
aborda? ¿Existen situaciones o personajes a los que deje de lado por estar en
desacuerdo, o simplemente, porque no le agradan?
Procuro que lo prosaico no lo
invada todo. Más que poesía temática, lo más frecuente es que me deslice por
esa zona que no se deja recortar fácilmente: los umbrales que vamos atravesando
como sujetos humanos, la fragilidad en la que vivimos, la dificultad para
respirar en un mundo social fracturado por la injusticia y la desigualdad, las esperanzas
agonísticas que trazamos a pesar de un paisaje en ruinas… todo aquello que nos
aproxima a nuestro abismo y a lo que nos permite afrontarlo.
¿Qué lugar ocupa la poesía en su vida y cuánto tiempo le dedica?
La poesía para mí es el lugar de
lo irrenunciable. Está entretejida con mi vida cotidiana –como una ventana que
me ayuda a mirar lo que esa cotidianeidad pierde, sin apartarme del asombro.
"Sin exigencia no hay hallazgo", dice |
¿Cuándo se sintió listo para publicar? ¿Cómo fue ese momento?
En un momento tardío,
seguramente. Cuando los otros me emplazaron a publicar. Eso fue hace ya más de
una década, en un libro colectivo que me dio aliento para asumir que nunca
estamos suficientemente preparados para afrontar la escena de la escritura. Y
como nunca lo estamos, no busqué más pretextos para no sumarme. La publicación
de mi primer poemario, Umbrales del
naufragio, afortunadamente vino bastante más tarde, en 2011. Fue un momento
de celebración íntima, con la inseguridad que precede compartir parte de nuestro
universo íntimo.
¿Es muy exigente consigo a la hora de realizar su trabajo
creativo? ¿Está siempre satisfecho con
el resultado final?
Sin exigencia no hay hallazgo,
por más diminuto que lo concibamos. Precisamente porque no creo que lo decisivo
sea el “talento innato” -si un concepto semejante pudiera darse por válido- no
tengo más camino que entregarme a esa exigencia con la promesa de que en algún
momento el poema comience a latir. Como si uno acercara el oído a las palabras
y pudiera sentir su pulsación rítmica, la música que las anima secretamente. No
siempre uno consigue escuchar ese latido: son poemas muertos. Y, por si fuera
poco, la magia de los prestidigitadores es efímera. Más pronto que tarde, uno
percibe la precariedad de lo que escribe y vuelve a comenzar por otros caminos.
¿Practica algún tipo de ritual antes de ponerse a escribir?
Me ayuda tener a mano una libretita
para tomar notas, un buen bolígrafo y algo de música. Aun así, lo fundamental
para mí es entregarme a una especie de “atención flotante” que consigo
habitualmente cuando estoy solo, sea viajando en tren o caminando por la calle.
Su segundo trabajo |
¿Se ha puesto metas respecto a lo que quiere lograr con su poesía?
Prefiero no tenerlas; en caso
contrario, si las consiguiera, ya no tendría nada que hacer. Como horizonte,
uno desea que la poesía (no sólo la que uno firma) nos proporcione una mayor
apertura vital: la libertad de interrogar sin tener como imperativo arribar a
una respuesta.
¿Cómo es o se da la poesía en el exilio voluntario o cuando es
impuesto? En su caso, en particular, ¿qué características exhibe y cómo se
siente la poesía lejos del terruño?
En lo que atañe a mi historia
vital, prefiero hablar de “diáspora” más que de “exilio voluntario” (lo cual no
deja de ser un oxímoron): la elección de desplazarse hacia un horizonte que nos
resulta deseable. El exilio es marcha forzosa, necesariamente marcada por una amputación
vital. La diáspora, en algunos casos al menos, está más bien cargada de deseo,
incluso si ese deseo implica a menudo un sufrimiento detrás. Es cierto que muchas
experiencias migratorias se producen a raíz de unas carencias reales más o
menos importantes, pero la posibilidad de regreso está ahí.
En mi caso, vivo el
desplazamiento como una posibilidad para ensanchar mi mundo, de construir un
diálogo existencial con seres humanos diferentes, atravesados por otras
culturas. Eso me ha permitido cultivar cierta apertura ante lo diferente, lo
que no significa obviamente que todo me resulte aceptable ni mucho menos.
Al respecto, ¿cuánto hay de Argentina en su
poesía?
No sé si soy capaz de discernirlo
en todas sus implicaciones. Aunque me interesa una poesía extraterritorial,
partimos siempre y necesariamente de algún lugar. Ese lugar es en mi caso
Argentina: no sólo sus giros idiomáticos, sus tonalidades, sus vocablos o su
versión de la lengua; también el universo vivencial que está soldado a ese espacio
y las tradiciones poéticas y literarias nacionales que me han marcado tempranamente,
desde Pizarnik o Girondo hasta Orozco o Gelman.
¿Por qué cuando nos hablan de poesía figuran siempre los mismos? ¿Es
que no hay figuras notables en nuestros tiempos?
Para hacer poesía se entrega a lo que denomina 'atención flotante' |
Es una cuestión de sociología del
campo literario. Como cualquier otro campo social, cada poeta participa en una red
de relaciones de poder. Eso no necesariamente tiene que tener resonancias
negativas, pero cuando esa red se construye de forma jerárquica y desigual,
basada en la pertenencia al propio grupo o escuela, entonces, ese ejercicio de
poder se torna represivo de las diferencias. Quienes pretenden detentar el
monopolio del “buen decir poético” de un plumazo pretenden borrar a aquellos
que no aceptan ese monopolio. Las luchas simbólicas son interminables y a
menudo quienes ocupan posiciones centralizadas no dudan en excluir del universo
poético-editorial que manejan (y de los premios que administran) a quienes
plantean estrategias heréticas. De ahí la escasa visibilidad de algunos sujetos
poéticos, de ambos géneros.
Aun así, para bien de muchos, en
los últimos tiempos esa rigidez monolítica del campo se está erosionando de
forma lenta pero continua, aun cuando a nivel institucional todavía no sea
demasiado evidente. Pero hay sin dudas un cierto anquilosamiento en estos
grupos dominantes y eso muestra su decadencia. Por eso confío en la pluralidad de
escrituras poéticas, como una forma de hacer estallar algunos cánones estéticos
bastante perimidos. Esa pluralidad, desde ya, no puede conformarse con ampliar
el listado de “notables”. Exige una diversificación de lo que concebimos como
poéticamente relevante; ante todo, salirse de cierto eurocentrismo y de un
sexismo todavía bastante activo…
¿La poesía tiene menos seguidores que la narrativa? ¿Quiénes son los
que se interesan más por el género
poético?
A la luz del mercado editorial,
el universo de lectores de poesía es más reducido. Quizás porque el género
poético suele implicar una dificultad de lectura que no todos están dispuestos
a atravesar y mucho más en el contexto de una cultura masiva que promueve un
tipo de consumo cultural facilista y acrítico, basado en clichés y
estereotipos.
Supongo que los que se interesan
por este género, además de los mismos poetas, conforman públicos heterogéneos. Es
tarea de los estudios culturales y de la sociología del arte indagar en las
características de esos públicos y, sobre todo, lo que estos públicos hacen con
los textos poéticos que leen.
Para quien escribe poesía, el
lector efectivo es un enigma –a menos, claro, que busquemos conjurar ese
desconocimiento mediante estrategias comerciales que definan un “target”, lo
que es bastante usual entre poetas ávidos de capitalizar su escritura y desarrollar
una carrera literaria.
"Para quien escribe poesía el lector efectivo es un enigma", sostiene |
¿Cuál es lugar que debería ocupar el poeta en la sociedad, y cuál su
aporte a la humanidad?
Ningún lugar privilegiado. Desde
una perspectiva social, los poetas no tienen más valor que cualquier otro ser
humano. Su aporte no puede ser otro que su poesía. Un aporte heterogéneo, a
menudo dispar. Potencialmente, cierta poesía puede contribuir a cambiar
nuestras vidas y a transformar nuestra sociedad. Pero no es algo que pueda
hacer por sí sola ni es su responsabilidad exclusiva. Difícilmente esa poesía pueda
hacer esas contribuciones si es culturalmente confinada, si el sistema
educativo la aparta de sus programas, si el mundo editorial la margina dentro
de sus catálogos o los medios masivos la miran como un animal extraño. Lo que
en última instancia puede cambiar la humanidad –como diría Castoriadis- es la
misma humanidad.
Los cambios en mi escritura han
sido y siguen siendo numerosos. Del flujo torrencial al despojamiento, de la
sobreabundancia retórica a la sobriedad estilística, del recorte temático a la
deriva del sentido, de la sobreproducción de textos a una deliberada escasez.
Como todo devenir, uno camina a tientas, con algunos borradores en la cabeza.
¿Cuál es el futuro de la poesía? ¿Hacia dónde cree que debería
orientarse?
¿Quién podría saberlo? No tengo
una preceptiva sobre el derrotero de la poesía venidera. Solamente apuntaría la
necesidad de defender la pluralidad estética y de favorecer aquellas
instituciones culturales capaces de sostenerla como realidad efectiva. No soy
pesimista con respecto al “futuro de la poesía”; lo que me preocupa mucho más
es el futuro nuestro como humanidad y como formación social. Su orientación
parece suicida, encaminada al desastre y es responsabilidad compartida
movilizarse para que algo semejante no ocurra.