Escucharla
nos obliga a detenernos y a abrir nuestros oídos. Lo que dice, sin quererlo,
pone a trabajar nuestro cerebro. Su habla subyuga y sus ideas nos motivan a
repasar nuestros conceptos. Sabe combinar bien los roles de emisor y receptor.
Es una magnífica conversadora. ¿A quién nos estamos refiriendo? Déjenos contarle que ese don o talento lo
posee la escritora Montserrat Cano que definiéndose de muchas maneras, le faltó
agregar que es sumamente reflexiva y sensible,
sino que lo digan sus palabras: “Tal vez la función de la literatura, de
todo el arte en general, sea extraer lo más valioso del ser humano, creando
algo mejor que nosotros mismos, algo que pueda representar la cultura esencial,
la que no está en los libros ni en los museos, para llevarla precisamente a
esos ámbitos, pero no con el afán de crear élites sino para ponerla a
disposición de la humanidad”.
Lo
invito a conocer a esta autora que por estos días presenta su obra “Moriscos,
el linaje perdido” en España.
La autora nos insta a recordar el valor de las ideas |
Depende de cómo nos veamos a nosotros mismos, me refiero a los seres humanos como
especie. Por una parte, es cierto que estamos muy lejos de alcanzar niveles de verdadera igualdad, de percibirnos como un todo en lugar de enfrentarnos por
intereses que, generalmente, solo son de unos pocos. Pero por otra, hay que reconocer que vamos avanzando, aunque sea despacio y con periodos de retroceso. Baste como ejemplo el concepto de Derechos Humanos, algo muy reciente pero de lo que ya ninguna sociedad puede prescindir a pesar de que se conculquen con demasiada frecuencia. Creo que es importante que recordemos la importancia de las ideas porque, en realidad, son las que transforman el mundo. Una de las labores de
los escritores, me parece, es precisamente divulgar aquellas que creemos necesarias y justas. No todos consideramos valiosas las mismas pero tengo la
impresión de que el arte –el auténtico- acostumbra a reflejar en la mayoría de
los casos las formas de pensamiento más avanzadas de cada época, tal vez porque algunas de sus características principales son la mirada crítica, la reflexión y la representación estética del espíritu de cada espacio y cada tiempo. Creo que la literatura, en concreto y en cualquiera de sus formas, sigue teniendo un
papel muy importante en la difusión de las ideas más innovadoras. De modo que, para
centrarme en su pregunta, sí, tenemos muchos motivos para sentirnos
avergonzados –quienes escribimos y quienes no– pero también tenemos que
enorgullecernos de lo que hemos creado y continuar en la brecha para mejorar el
mundo, cada uno en la medida de nuestras posibilidades. Al final, las utopías
dejan de serlo cuando las hacemos realidad.
Lo sucedido a los moriscos
es tan solo una muestra de la forma tan cruel en que puede proceder una cultura
o sociedad sobre otra. La expulsión o el destierro es una experiencia
determinante en la vida de un individuo o una población, pues levantar cabeza
en esas circunstancias es toda una hazaña o un acto de heroísmo.
Desgraciadamente,
tenemos demasiados ejemplos de los que usted afirma, y algunos muy recientes.
Si miramos nuestro mundo actual, nos encontramos con grandes migraciones
debidas a conflictos bélicos o a situaciones de extrema necesidad que podrían
ser evitadas fácilmente si nuestro sistema económico no fuese tan terriblemente
injusto. Pensemos en los campos de refugiados de Darfur, de Tinduf o los más
recientes debidos a la guerra en Siria, a las personas haitianas en la República Dominicana ,
a las afganas en Pakistan… Pensemos en un caso contrario: el del pueblo
palestino, que aún reclama que se le reconozca un territorio. Todo esto no es
inevitable, solo es conveniente para los intereses de algunos estados y de
muchas grandes empresas de ámbito mundial que se enriquecen gracias a la
miseria y el sufrimiento de millones de personas. Claro que es muy difícil
salir adelante en tiempos de hambruna o de guerra o de invasión y, además, el
heroísmo de quien lo consigue siempre –o casi siempre- será anónimo.
La mayoría poco o nada sabe
acerca de los moriscos, cuéntenos un poco sobre
ellos y díganos qué de malo
hicieron para que los echaran de la península. Por qué la visión que se tenía
de ellos cambió vertiginosamente y pasaron, de la noche a la mañana, a ser unos
indeseables e incluso, más que eso, una amenaza.
Con esta obra obtuvo el Premio de poesía Dionisia García |
En términos generales, yo diría que nadie hace nada tan malo como para merecer ser
expulsado de la tierra en la que han vivido sus antepasados durante
generaciones, la que han cultivado, de la que se han alimentado y en la que han
dejado parte de sí mismos. Además, si se tratase de merecimientos, tal vez
ningún pueblo tuviese derecho a nada pues, si echamos un vistazo a la historia,
todos hemos sido alguna vez conquistadores por la fuerza o la superioridad
técnica, todos nos hemos impuesto a alguien. Quienes decidieron la expulsión de
los moriscos y quienes, durante muchos años, la forzaron a base de lo que hoy
llamaríamos propaganda, tenían muchas razones –si bien hoy es difícil
considerarlas válidas- pero la principal, la que estaba en el origen de todas
las demás, era la idea, extendida en realidad en toda Europa, de que a un
estado había de corresponder una sola religión, una sola raza, una sola lengua,
una corona única… Explicar de dónde surgió esto requeriría varios tratados, fue
un proceso largo y complejo en el que mucho tuvieron que ver la posición de la Iglesia Católica ,
que se veía amenazada por la
Reforma , la creación de muchos estados europeos en la forma
que hoy los conocemos o muy similar, el paso de monarquías feudales a otras
cada vez más centralizadas… A los moriscos se les acusó de connivencia con el
imperio turco o con los piratas berberiscos, y seguramente fue cierto en
pequeña medida, desde luego sin peligro real para España, pero habría que
preguntarse por qué no se hizo nada serio para hacerlos sentirse españoles en
lugar de forzarlos a considerarse extraños en su propio país.
Las religiones se ha erigido en administradoras de "la otra vida", afirma |
La iglesia como formadora de
conciencia cumplió un papel protagónico en los hechos, y en ese sentido, nos animamos preguntarle
por qué después de tanto desastre, les seguimos haciendo caso.
El
comportamiento de la
Iglesia Católica ha sido vergonzoso durante siglos, no solo
en relación con los moriscos sino con los judíos, con la población nativa de
América, con los miembros de las iglesias reformadas y, en general, con todos
aquellos que no reconocieran totalmente su poder o que lo cuestionaran en algún
aspecto. Sin embargo, no me parece que el problema básico sea esta religión,
pues casi todas han cometido barbaridades similares –y aún las cometen– cuando
lo han considerado necesario, sino el pensamiento religioso en sí mismo, sea
cual sea. Lo que algunas personas oponemos al pensamiento religioso es el
pensamiento racional, no un principio de fe a otro principio de fe. ¿Por qué
las religiones siguen siendo protagonistas en nuestras sociedades? Creo que porque
se han erigido en administradoras de “la otra vida”, de esa esperanza que
alivia el miedo humano más profundo, el de la desaparición. Solo ellas conocen
lo que Dios quiere y cómo lo quiere, solo ellas saben cómo conseguir que
alguien disfrute de todos los bienes o todos los males en la vida eterna, y
para ello inventan rituales que no tienen ningún valor en sí mismos pero que
sirven para adiestrar las voluntades, para incrustar en nuestras mentes hábitos
de obediencia incluso en los ámbitos más íntimos y más naturales de nuestra
vida, como el pensamiento o el sexo.
Tenemos entendido que demoró
dos años en concebir el libro “Moriscos, el linaje
perdido”, ¿con qué
dificultades se halló en su trabajo teniendo en cuenta la escasa o nula
literatura que al respecto dejaron los cronistas, por decirlo de alguna forma,
del bando ‘perdedor’?
Sostiene que España tiene la enorme fortuna de ser un pueblo mezclado y remezclado |
En
realidad, lo que escasea es la literatura de ficción. Documentación hay mucha,
así como estudios históricos desde diversas perspectivas. Cuando comencé a
investigar, creí que me llevaría poco tiempo porque, después de todo, lo que
pretendía escribir era una novela, no un ensayo ni un libro de historia. Pero,
a medida que iba leyendo y que una cosa me llevaba a otra, me encontré con un
material rico y abundante y, sobre todo, con una situación de enorme interés en
sí misma y por sus muchas similitudes con hechos de nuestra época. Lo más
curioso es que la mayoría de los escritos que he manejado fueron escritos por
las personas que apoyaban o justificaban la expulsión y, no obstante, me han
servido para entender la injusticia que se hizo con ellos, porque las
justificaciones y argumentos que manejaban explican perfectamente su fanatismo
y sus sinrazones.
Sabemos que lo que le
preocupaba era contar la intrahistoria, y que en su afán de ser lo más
meticulosa posible caía en la crónica, por lo que tenía que desechar lo hecho,
y volver a comenzar, ¿cuánto de ficción y realidad existe en los personajes y
los sucesos narrados en su libro?
En
efecto, el mayor riesgo al que me enfrenté fue no caer en la crónica, es decir,
no limitarme a los hechos históricos, que eran muchos e interesantísimos. En
tanto que ficción, me interesaba más intentar describir el sufrimiento de las
personas comunes, las que no deciden sino soportan, aquellas cuya voz no figura
en ningún documento. Eso, como es natural, tuve que imaginarlo, es la parte novelesca
del libro. Los hechos generales son historia. Y la manera en que trato esos
hechos es ideológica, responde a mi opinión acerca de lo ocurrido. En cuanto a
los personajes, excepto los protagonistas, sus familias y amigos, todos los
demás son reales, extraídos de documentos de la época, si bien a algunos de
estos últimos los he situado en algunas ocasiones en lugares o momentos que no
les corresponden, haciendo uso del privilegio del novelista, que no está
sometido a la realidad sino a la verosimilitud.
Otra de sus obras premiadas |
Hay en su trabajo una
especial intención de mostrar cómo vivió la gente común y corriente esos hechos,
sobre todo en los niños protagonistas a los que se les cambió la existencia por
completo.
En
efecto. Las gentes comunes de todas las épocas –tal vez esto está cambiando muy
deprisa gracias a las nuevas tecnologías de comunicación- no hemos tenido voz.
Conocemos lo que pasaba en los palacios pero no en las cabañas. La ficción nos
permite darles a esas personas un lugar en la historia, aunque no sea exacto
porque tenemos que suponerlo, cosa que podemos hacer mirándonos a nosotros
mismos o a nuestro pasado más reciente. En cuanto a los niños o a las
generaciones más jóvenes, no siempre son los que más sufren pero sí los que,
siguiendo el principio bíblico, pagan por los errores de sus padres. Y en
muchas ocasiones, no por error ninguno, sino porque el daño que se inflige a
los padres tiene consecuencias terribles para las generaciones posteriores. Se
trata de una injusticia más.
¿Qué la motivó a asumir el
reto de escribir este libro? ¿Quizá la
necesidad de reivindicar la imagen y el aporte de los moriscos a la cultura
española?
Fue
la editorial, Carena Editors, la que al principio me sugirió escribir sobre el
tema. La idea me apasionó desde el primer momento, en parte, en efecto, porque
me parecía importante recordar unos hechos que en los libros de texto apenas
ocupan unas líneas pero que habían afectado a miles de personas (unas
trescientas mil según algunos autores, sin contar con la población de
cristianos viejos que igualmente se vio empobrecida indirectamente por la
expulsión, al menos en los primeros años). También me interesaba entender las
razones que habían llevado a las personas e instituciones más preparadas
intelectualmente de la época a justificar de manera aparentemente racional un
acto que solo pueden entenderse desde una distorsión fanática de la realidad.
Y, por último, pretendía una reflexión implícita acerca del papel de una
población que ha dejado tanto en nuestra cultura, desde el lenguaje a la
economía rural o a un cierto concepto de familia que aún se mantienen vivos.
En mi tierra hay dicho que
reza “Quien no tiene de inga tiene de mandinga” para
dejar en claro que todos
tenemos de todos, que somos un crisol de razas, le pasa lo mismo a los
españoles, ¿no lo cree así?
Durante una de sus últimas presentaciones |
Creo
que lo mejor que tenemos en España es, precisamente, que por aquí han pasado
muchos pueblos y que los que hoy nos llamamos españoles somos fruto de todos
ellos. ¿Alguien se atrevería a decir hoy en día que los españoles somos los
celtíberos? ¿Dónde quedan entonces los cartagineses, griegos, romanos, los
diversos pueblos germánicos, los celtas, los visigodos, los judíos, los árabes,
norteafricanos e incluso bizantinos? ¿Y el mestizaje con pueblos americanos y
con europeos del norte y del sur?
Tenemos
la inmensa fortuna de ser un pueblo mezclado y remezclado. Uno de los más
graves errores de nuestra historia ha sido, quizá, identificar el concepto de
español con el de católico puesto que, racialmente, no ha sido posible hacer
distinción alguna desde la edad media hasta nuestros días.
Usted es una mujer y una
escritora con ideas muy bien sentadas en torno a su persona y su tarea
literaria. Por ejemplo, manifiesta que “la escritura tiene una finalidad ajena
al propio autor”, ¿qué quiere decir con eso? Explíquenos, por favor.
Me
refiero a que un libro, una vez publicado, se convierte en un objeto que, por
el mero hecho de existir, es capaz de tener consecuencias. Umberto Eco lo
explica muy bien en El Péndulo de Foucault: Más importante que si lo que
decimos es verdad o mentira, si nos atenemos a lo cierto o inventamos, es que
lo dicho –lo escrito, es decir, lo que se transmite – pasa al ámbito de lo
existente y como tal puede modificar la realidad. Por eso, escribir es siempre
un acto de responsabilidad, pues nuestra opinión personal se convierte en un
ente susceptible de general otras manifestaciones, en materia para elaborar
otras ideas. Además de que el arte, y la literatura de manera muy especial,
tienen dos peligrosas cualidades: la credibilidad y el principio de autoridad.
Cuando abrimos un libro, automática y generosamente concedemos al autor un
crédito que debería responder siempre a las expectativas de integridad y
exigencia que ha despertado. Aunque no nos demos cuenta –o tal vez precisamente
por eso– aprendemos mucho de la literatura, nos formamos leyendo (o viendo
obras de teatro o películas, también materiales literarios). Creo que es
necesario que, en tanto que lectores, seamos siempre exigentes con las obras, y
como escritores, muchísimo más.
Afirma que el arte y la literatura poseen dos cualidades peligrosas: la credibilidad y el principio de autoridad |
En verdad considera que solo
los lectores comparten ese afán por la búsqueda del conocimiento, la estética,
el conocimiento, etc., ¿qué pasa, entonces, con el resto de la humanidad a la
cual no le interesa ni leer los tebeos (historietas, comics)? ¿No podrán jamás alcanzar un nivel de cultura
aceptable? Claro que en esto entra a
tallar lo que entendemos por cultura, ¿está de acuerdo?
Como
lectora compulsiva me gustaría decir que leer es imprescindible, pero la verdad
es que no lo creo. Es importante, gratificante, maravilloso, necesario… Pero
imprescindible, lo que se dice imprescindible para la supervivencia apenas son
la alimentación, la habitación, la salud y la transmisión de los conocimientos
que tengan relación directa con lo anterior. Como usted señala, hay millones de
personas en el mundo que no leen y sería inaceptable considerarlas inferiores
por ello. Sé que esto que voy a decir es muy discutible pero creo que se puede
constatar que la cultura (la que se enseña en los libros y las universidades)
nos hace más cultos pero no necesariamente más sensatos ni mejores personas en
el sentido ético. Antes afirmé, por ejemplo, que la expulsión de los moriscos
de España fue diseñada, organizada y llevada a cabo por las mentes más cultas
de aquel tiempo; los responsables nazis del genocidio judío eran personas
extremadamente bien formadas intelectualmente; las armas que hoy forman parte
del arsenal mundial, capaces de causar daños inimaginables, han sido creadas
por grandes científicos… Y es de suponer, que todos ellos lectores en gran
medida. No obstante, creo que quienes escribimos –no me refiero, por supuesto,
a productos estrictamente comerciales que tienen otra función– intentamos en la
medida de nuestro talento mejorar nuestro entorno, al menos denunciando lo que
consideramos perverso. Tal vez la
función de la literatura, de todo el arte en general, sea extraer lo más valioso
del ser humano, creando algo mejor que nosotros mismos, algo que pueda
representar la cultura esencial, la que no está en los libros ni en los museos,
para llevarla precisamente a esos ámbitos, pero no con el afán de crear élites
sino para ponerla a disposición de la humanidad.
Se considera una ciudadana
del mundo, para algunos es complicado entender
eso, por el amor al terruño, el
apego a las costumbres, en fin, nuestro sentido patriótico (nacionalista),
¿cómo define ese sentimiento alguien que se siente de todas partes?
Considera que el mundo es de todos y para todos |
Pertenezco
a la parte de una generación que se educó en la creencia de que las fronteras
son artificios interesados que habría que abolir, que el mundo es de todos y para
todos y que a las personas nos unen muchas más cosas de las que nos separan.
Mientras digo esto, escucho a nuestro ministro del Interior justificar la
instalación de cuchillas en la verja de Melilla y a varios comentaristas decir
que lo comprenden. ¿Qué estamos protegiendo? ¿Nuestro bienestar adquirido a
costa de la pobreza de otros, a quienes, además, mostramos nuestra prosperidad
al mismo tiempo que les negamos el acceso a ella? ¿Podemos considerarnos
demócratas o siquiera decentes tratando a nuestro prójimo con esa crueldad?
Quizá convenga recordar que nuestro lugar de nacimiento no es mérito nuestro
sino una circunstancia totalmente aleatoria, una casualidad que condicionará
nuestras costumbres, nuestra cultura, nuestra forma de entender la existencia,
nuestro acceso o no a todos los bienes imaginables, en definitiva, quienes
seremos… pero que podría haber sido otra muy diferente. Partiendo de aquí, es
fácil sentirse identificado en alguna medida con todos los lugares de mundo,
todas las personas que los pueblan y las costumbres de cada una de ellas, que
son importantes precisamente por ser diferentes y representar distintas maneras
de interpretar la realidad. El contacto con hábitos variados nos enriquece y
nos enseña a relativizar, a respetar lo ajeno y a entender que verdades
absolutas hay muy pocas, apenas aquellas que se refieren a la supervivencia y a
la dignidad. Desde el amor a lo propio es fácil amar lo ajeno. Apreciar solo lo
que consideramos nuestro sería como querernos solo a nosotros mismos, cuando el
auténtico amor va siempre dirigido al otro, al que está más allá de nuestra
piel.
Ha viajado mucho y vivido en
diversos lugares, actualmente reside en Lisboa, ¿allí echará raíces? ¿Es su lugar ideal?
Tengo
la fortuna de vivir por temporadas en Madrid, en una aldea de Portugal llamada
Santa Catarina y en Vallehermoso, en La Gomera. En estos próximos tiempos estaré menos en
Madrid, aunque lo considero mi verdadero hogar pues allí he pasado la mayor
parte de mi vida. He nacido en Vilafranca del Penedés, en Barcelona, de modo
que soy catalana y me gusta serlo, pero tengo raíces familiares en Teruel y en
Almería. Vivo en Portugal porque es el país de mi compañero y porque me siento
feliz aquí. Pero el lugar de mi elección, el que en este momento de mi vida
siento más mío es Vallehermoso, en La
Gomera , algo así como mi paraíso particular. Y, sin embargo,
siento que podría estar a gusto en casi cualquier parte del mundo (exceptuando
los lugares muy duros, claro, no soy tan valiente) porque todos los sitios que
he visitado me han parecido interesantes. El mundo es grande y hermoso.
Junto a grandes amigos y colegas en el acto de presentación su libro en Valencia |
Se define como una lectora
compulsiva y escritora lenta, ¿de qué manera organiza sus dos grandes
pasiones?
Empecé
a leer a los cuatro años y nunca he dejado de hacerlo. Les debo a los libros
innumerables momentos de felicidad y, seguramente, ser como soy, para bien y
para mal. Me atrevería a decir que soy casi un producto literario, porque de
los libros he extraído la mayor parte de las cosas que he necesitado para
enfrentarme a las circunstancias de mi vida. Actualmente tengo tiempo para leer
y para escribir pero, en otros tiempos, cuando no lo he tenido, siempre he
antepuesto la lectura a la escritura, tal vez porque sin ella me era imposible
escribir después.
Una de sus amigas, la
escritora Mila Villanueva, dijo de usted que es amante de la tertulia, que le
encanta polemizar, que posee una gran memoria y que su sentido del humor es
admirable. ¿Está de acuerdo con todo?
Mila
fue muy generosa cuando dijo todo eso de mí. Es el problema de los amigos, que
se fijan más en tus virtudes que en tus defectos. Bueno, no es un problema, es
una suerte. Lo de que me encanta polemizar es cierto, soy una gran
“discutidora” y tiendo a defender mis opiniones con pasión, a veces con
demasiada, lo confieso. El sentido del humor lo aplico a mi vida sin ningún
esfuerzo –a veces es la única manera de soportar ciertas cosas–pero no tengo la
menor habilidad para incluirlo en mi escritura, y bien que me gustaría pero me
siento dotada para ello. En cuanto a la memoria, he de reconocer que, en mi
caso, es selectiva: solo me sirve para recordar cosas relacionadas con la
literatura, el cine, los lugares que conozco, los amigos…En fin, las cosas que
de verdad me interesan. Para otras, soy un desastre.
También
agregó que es feminista, agnóstica y republicana...
Le
faltó añadir marxista. Sí, soy todo eso y me siento orgullosa de serlo. No creo
que sea mejor que ser justamente todo lo contrario pero me ha costado mucho
trabajo construirme a mí misma de esta manera –porque no fui educada para nada
de ello– y me gusta que, de algún modo, mi pensamiento se refleje en mis
libros. Cuando escribo intento describir tanto mi posición como las demás que
conozco pero, como es evidente, al final lo que prima es mi visión del mundo,
mi interpretación de la realidad, basada en mi ideología. Y empleo esta palabra
con la intención de reivindicarla. Creo que todos tenemos una ideología –unas
ideas en función de las cuales actuamos–y que, quienes afirman no tenerla es
porque han aceptado, tal vez sin darse cuenta, que lo ideológico es lo
contrario al orden natural de las cosas y que ese orden es el del poder. No
conozco a nadie que no tenga ideas y que, de uno u otro modo, incluso con las
contradicciones inherentes a la naturaleza humana, no intente vivir de acuerdo
con ellas. A menudo, lo difícil, en nuestro mundo y con la capacidad de
alienación del sistema, es saber cuáles son verdaderamente las nuestras. La
literatura debiera ser una herramienta para ayudar a saberlo, precisamente
facilitando elementos de reflexión. No creo que sea importante estar de acuerdo
con lo que se dice en un libro pero sí pensar en lo que expresa, para aceptarlo
o negarlo.
¿Qué es lo último que piensa
cuando se acuesta? Y al levantarse, ¿en quién o en qué posa primero sus
pensamientos?
La
verdad es que suelo acostarme muy tarde y cansada, de modo que no pienso mucho
antes de caer dormida, ya que suelo dormirme apenas he apoyado la cabeza en la
almohada. Cuando me despierto suelo pensar en cómo estarán mis hijos (uno vive
en Inglaterra y otro en Tailandia). Luego, depende: si estoy en Vallehermoso,
subo a la terraza para disfrutar del magnífico paisaje que me rodea, y si estoy
en Santa Catarina, calculo la cantidad de trabajo que tengo en el terrenito que
rodea la casa para que algún día esté a mi gusto. En Madrid acostumbro a poner
la radio o la televisión y enterarme de cómo va el mundo antes de empezar la
jornada. En lo que estoy escribiendo suelo pensar el resto del día, mientras
hago otras cosas y hasta que llega la noche y comienzo a trabajar.
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