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miércoles, 10 de junio de 2015

Fernando Morote: “La ciudad de Nueva York es mucho más sórdida de lo que todo el mundo ve”

Ha logrado reflejar con toda su complejidad y dolor un drama social que se da en muchas partes del mundo, aunque en su libro solo se refiera a dos lugares: un barrio situado en Nueva York y otro, en Lima.  La inmigración duele y falta de pertenencia flagela,  pero también tiene lo suyo quedarse en el lugar de origen cuando todo es adverso, pues fecunda un sentimiento de fracaso, de cobardía ante el riesgo, de castigo ante las oportunidades.  Miles o millones saben que es una agonía constante vivir en un país que no te ofrece nada y condena a una existencia sin futuro. Peor es cuando te repudia e ignora por patear las reglas de juego y ser un marginal. Mucho que decir del libro de relatos La cocina del infierno de Fernando Morote que acaba de publicarse en Nueva York. 
Has logrado componer una obra descarnada, contundente y dolorosa, en el contenido, y muy arriesgada en la forma: con un lenguaje que varía, según la historia, que puede ser críptico, poético y hasta coloquial, pero en general, es un libro no apto para sensibles. El escenario es Lima y también Nueva York, ¿cómo ideaste tu libro de relatos  La cocina del infierno (relatos de un mundo inhóspito)?  ¿Echaste mano de los recuerdos o tuviste que documentarte para referirte a varios hechos que se dieron por aquellos años de los 70, 80 y 90?   Y, ¿qué me dices
Tomó el nombre de un viejo barrio neoyorquino
para dar título a su libro de relatos
de la forma de contar?
Originalmente iba a ser un libro de tres relatos sin conexión deliberada entre ellos. Luego se me ocurrió agregar otros dos que surgieron en el proceso. Pero más tarde los descarté porque me di cuenta de que los primeros tenían un denominador común: las historias pertenecían a un mundo inhóspito, de allí el subtítulo. Además giraban en torno al fenómeno de la emigración o inmigración, según el ángulo de donde se vea. Entonces reconocí que entre esos relatos existía un fuerte lazo de unidad, por lo tanto los nuevos quedaron eliminados por muerte natural.
Los recuerdos están basados en hechos que sacudieron al Perú en diferentes épocas. Llevaba bastante tiempo queriendo escribir cuentos con ellos como marco de fondo porque esos eventos también me impactaron en lo personal. En la etapa de planeación de Comando Meón descubrí que ellos podían ayudarme a describir a mis personajes, entonces me documenté, busqué noticias y revisé reportajes periodísticos, incluso vídeos, y después de ensayar algunas fórmulas los transformé en piezas narrativas a mi estilo.
Empleé un formato diferente para cada relato porque quería transmitir sensaciones distintas y la variedad de aproximaciones me permitió manejar el tono y el ritmo en ellos.
¿Cómo se realizó el proceso de redacción una vez que tuviste claro lo que plasmar en tu obra?  Lo remarco porque aparentemente el relato La cocina del infierno, que da nombre al total de la obra, está desligado de la primera o segunda historia, pero lo que se narra podría haberle ocurrido al Narizón, uno de tus personaje durante sus años en Estados Unidos. ¿Todo fue concebido de manera integral? Aclárame las dudas.
En principio la idea era contar historias independientes. Pero en el proceso ellas solas se fueron uniendo. Y encontré que se trataba más bien de una secuencia. Para Los Ingobernables elegí capítulos híper breves combinados con otros más extensos, en los que describo el estilo de vida de un grupo de jóvenes limeños. Para La Cocina del Infierno, cuyo protagonista efectivamente puede ser cualquiera de los ingobernables, utilicé un método basado en la pintura de Jackson Pollock, su técnica de goteo y chorreo; en este caso apelando a una serie de frases cortas y largas, colocadas en posición vertical para crear una atmosfera violenta a través de una lectura vertiginosa, marcada por la puntuación agresiva. Y para Comando Meón, en el que cuatro de los ingobernables se reúnen de nuevo, dividí el texto en tres secciones: los antecedentes de cada personaje delineando su temperamento y actitudes, el reencuentro en Lima y la puesta en ejecución de un proyecto conjunto.
Así luce en la actualidad el barrio que inspiró Pompeya,
el hábitat de Los Ingobernables
El Narizón, el Doctor, el Conde y el Champero, tus protagonistas, que  conforman un grupo de limeños “haraganes por vocación”, como los calificas, ¿fueron sacados de la realidad? ¿Conociste gente así?  ¿Todavía hay  jóvenes que se comportan de esa forma?
Los personajes de los tres relatos son absolutamente reales. Muchos jóvenes se comportan hoy en día como Los ingobernables porque los problemas de fondo son los mismos de siempre, sólo cambian los exteriores.
Una urbanización como Pompeya, el escenario de la vida de Los Ingobernables, puede hallarse en cualquier parte del mundo, al igual que sus habitantes ¿no es así?   ¿Puedes responder por qué algunos muchachos se comportan como lo hacen tus protagonistas? ¿A qué imperativos responden?
Pompeya puede existir en cualquier parte del mundo, con sus naturales matices culturales. Los protagonistas de mis historias actúan como lo hacen porque perdieron la dirección o quizás nunca la tuvieron. Ante el vacío que provoca el desconcierto, o debido al desconcierto que produce el vacío, buscan un escape. En un tiempo para ellos fueron las drogas. En otro, el cambio geográfico.
Tres de tus cuatro personajes, deciden salir del país, dos rumbo a Estados y Unidos y uno realiza un periplo por varios países de Sudamérica, ¿por esos años la única salida a tanto atraso y desgracia era solo emprender rumbo a otra parte?
Quizás había otras opciones, otras formas de enfrentar y superar el desafío que planteaba esa realidad. Para Los Ingobernables, no.
Sin embargo, llegar a esos lugares no hacía más que incrementar el dolor y falta de pertenencia. Así lo dejas patente en tu relato La cocina del Infierno. Y a propósito, ¿a qué hace referencia el título?
Para idear su técnica narrativa se inspiró en el pintor
Jackson Pollock
El título de La Cocina del Infierno lo tomé del nombre de un antiguo barrio de los bajos fondos de Nueva York. Barrio que sigue existiendo, pero completamente rescatado y renovado. A principios del siglo XX, en cambio, era nido y cuna de maleantes y mafiosos, la mayoría de ellos inmigrantes europeos, algunos pocos latinoamericanos. En el libro no quería referirme a Nueva York como la clásica ciudad de los rascacielos o la gran manzana. De hecho, ni siquiera la menciono de manera expresa para evitar lo obvio. La ciudad de Nueva York es mucho más sórdida de lo que todo el mundo ve. La Cocina del Infierno es para mí una denominación más acorde con la realidad.
En ese sentido, lo que cuentas a manera de reflexiones, estados de ánimo, que pueden ser microrrelatos dentro del relato o hasta versos, ¿tienen que ver contigo?, ¿con tu propia experiencia?
Cuando leí Lima, Hora Cero de Enrique Congrains Martin y Pobre gente de París  de Sebastián Salazar Bondy, dos clásicos de la literatura peruana, me sentí muy impresionado por la forma que ellos narran la experiencia de los inmigrantes: uno dentro de su propio país, el otro en el extranjero. Por mucho tiempo vi eso como algo lejano, distante y remoto. Hasta que de pronto un día terminé viviéndolo en carne propia.
En el último relato, Comando Meón tu prosa cambia radicalmente, más no, el lenguaje, porque tus personajes siguen usando el léxico del barrio, pese a que la mayoría de ellos vivió fuera. Han cambiado, son distintos, pero vuelven al lugar que los acogió alguna vez y la amistad continúa como si el tiempo no hubiese pasado, ¿esta reconexión con la vida que tuvimos y con los seres que dejamos atrás alguna vez se da con frecuencia en la realidad?
Lo que sucede con Los Ingobernables es que, pese a haber pasado años viviendo en otros países, desenvolviéndose en otras culturas, no han perdido su identidad. Siguen sintiéndose parte de ese barrio donde se conocieron, crecieron y se perdieron juntos. Hablar como lo hacían entonces es una forma de decirse a sí mismos y entre ellos que nunca se fueron en realidad.
Confundidos en el grupo, los auténticos 'ingobernables'
Sucede con frecuencia que al volver a nuestros países de origen es como si nunca hubiésemos marchado, ¿qué te dice tu experiencia?
Desde que salí del Perú todavía no he vuelto. No sé si algún día lo haga.
Por otro lado, entre los que vuelven, creo que en una gran mayoría, se da aquello de querer reproducir algo positivo que hemos visto donde estuvimos. En el  caso de tus personajes, el de crear un grupo que salvaguarda las buenas costumbres. ¿Cómo has hecho para no perder las palabras propias de tu tierra? Es como dije antes, como si jamás te hubieses ido.
El lenguaje conecta con las raíces. Aquí, en Estados Unidos, forzosamente tengo que hablar en inglés, por mi trabajo sobre todo, pero hay veces que ni yo mismo entiendo lo que digo. Por otro lado cuando quiero explayarme en algo, me quedo irremediablemente corto. Las palabras en inglés se me quedan atravesadas en la garganta. Hablo, pienso y sueño en español. Leo libros, escucho música y veo películas en inglés. Pero no dejo de seguir las noticias del Perú por la televisión y converso por teléfono con mis amigos peruanos.
¿Qué es lo que más destacas de tu obra?  ¿Estás conforme con el resultado?
Siempre pienso que pude haberlo hecho mejor.
¿Qué emociones transitaron por tu ser en pleno proceso creativo?
Me divertí mucho, especialmente con Los Ingobernables y Comando Meón. La Cocina del Infierno fue una introspección que me permitió comprobar que la herida estaba cerrada.
¿Tú también fuiste un chico de barrio? ¿Con qué soñabas por aquella época?
Fui un chico de esquina. Lo sigo siendo, aunque ya convertido en pájaro madrugador. En esa época soñaba con ser abogado y hacerme millonario, pero no quería estudiar ni trabajar.
Estados Unidos, ¿puede ser un mundo más inhóspito que Perú?
En ciertos aspectos lo es.
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2 comentarios:

  1. Me han gustado tanto las preguntas que le has hecho, Elga, como la simpatía y honestidad con la que Fernando ha respondido a ella. Quiero destacar una frase en concreto que me ha gustado, esa que dice 'El lenguaje conecta con las raices' porque a veces no nos damos cuenta, cuando escribimos, del poder de nuestras palabras, de lo que transmiten más allá de su sentido léxico o sintáctico. Las palabras, como dijo alguien sabio, es lo único que tenemos.
    Enhorabuena.

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    1. Gracias, Ginés. Es un libro que me ha impresionado por muchos motivos: un pasado en común traducido en vivencias compartidas y la experiencia de ser inmigrantes. Por otro lado está el valor en sí de la obra, la forma en que está escrita: con mucha riqueza léxica y una narrativa desbordante. Hay mucho que decir, insisto. Un abrazo, amigo.

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