Ha logrado reflejar con toda su
complejidad y dolor un drama social que se da en muchas partes del mundo,
aunque en su libro solo se refiera a dos lugares: un barrio situado en Nueva
York y otro, en Lima. La inmigración
duele y falta de pertenencia flagela, pero también tiene lo suyo quedarse en el
lugar de origen cuando todo es adverso, pues fecunda un sentimiento de fracaso,
de cobardía ante el riesgo, de castigo ante las oportunidades. Miles o millones saben que es una agonía constante
vivir en un país que no te ofrece nada y condena a una existencia sin futuro. Peor
es cuando te repudia e ignora por patear las reglas de juego y ser un marginal.
Mucho que decir del libro de relatos La
cocina del infierno de Fernando Morote que acaba de publicarse en Nueva
York.
Has logrado componer una obra descarnada, contundente y dolorosa, en el
contenido, y muy arriesgada en la forma: con un lenguaje que varía, según la
historia, que puede ser críptico, poético y hasta coloquial, pero en general,
es un libro no apto para sensibles. El escenario es Lima y también Nueva York,
¿cómo ideaste tu libro de relatos La cocina del infierno (relatos de un mundo
inhóspito)? ¿Echaste mano de los
recuerdos o tuviste que documentarte para referirte a varios hechos que se
dieron por aquellos años de los 70, 80 y 90?
Y, ¿qué me dices
de la forma de contar?
Tomó el nombre de un viejo barrio neoyorquino para dar título a su libro de relatos |
Originalmente iba a ser un libro
de tres relatos sin conexión deliberada entre ellos. Luego se me ocurrió agregar
otros dos que surgieron en el proceso. Pero más tarde los descarté porque me di
cuenta de que los primeros tenían un denominador común: las historias
pertenecían a un mundo inhóspito, de allí el subtítulo. Además giraban en torno
al fenómeno de la emigración o inmigración, según el ángulo de donde se vea.
Entonces reconocí que entre esos relatos existía un fuerte lazo de unidad, por
lo tanto los nuevos quedaron eliminados por muerte natural.
Los recuerdos están basados en
hechos que sacudieron al Perú en diferentes épocas. Llevaba bastante tiempo
queriendo escribir cuentos con ellos como marco de fondo porque esos eventos
también me impactaron en lo personal. En la etapa de planeación de Comando Meón descubrí que ellos podían
ayudarme a describir a mis personajes, entonces me documenté, busqué noticias y
revisé reportajes periodísticos, incluso vídeos, y después de ensayar algunas
fórmulas los transformé en piezas narrativas a mi estilo.
Empleé un formato diferente para
cada relato porque quería transmitir sensaciones distintas y la variedad de
aproximaciones me permitió manejar el tono y el ritmo en ellos.
¿Cómo se realizó el proceso de redacción una vez que tuviste claro lo
que plasmar en tu obra? Lo remarco porque
aparentemente el relato La cocina del
infierno, que da nombre al total de la obra, está desligado de la primera o
segunda historia, pero lo que se narra podría haberle ocurrido al Narizón, uno
de tus personaje durante sus años en Estados Unidos. ¿Todo fue concebido de
manera integral? Aclárame las dudas.
En principio la idea era contar
historias independientes. Pero en el proceso ellas solas se fueron uniendo. Y
encontré que se trataba más bien de una secuencia. Para Los Ingobernables elegí capítulos híper breves combinados con otros más extensos, en los que
describo el estilo de vida de un grupo de jóvenes limeños. Para La Cocina del Infierno, cuyo protagonista efectivamente puede
ser cualquiera de los ingobernables, utilicé un método basado en la pintura de
Jackson Pollock, su técnica de goteo y chorreo; en este caso apelando a una
serie de frases cortas y largas, colocadas en posición vertical para crear una
atmosfera violenta a través de una lectura vertiginosa, marcada por la
puntuación agresiva. Y para Comando Meón,
en el que cuatro de los ingobernables se reúnen de nuevo, dividí el texto en
tres secciones: los antecedentes de cada personaje delineando su temperamento y
actitudes, el reencuentro en Lima y la puesta en ejecución de un proyecto
conjunto.
Así luce en la actualidad el barrio que inspiró Pompeya, el hábitat de Los Ingobernables |
El Narizón, el Doctor, el Conde y el Champero, tus protagonistas,
que conforman un grupo de limeños
“haraganes por vocación”, como los calificas, ¿fueron sacados de la realidad?
¿Conociste gente así? ¿Todavía hay jóvenes que se comportan de esa forma?
Los personajes de los tres
relatos son absolutamente reales. Muchos jóvenes se comportan hoy en día como Los ingobernables porque los problemas
de fondo son los mismos de siempre, sólo cambian los exteriores.
Una urbanización como Pompeya, el escenario de la vida de Los
Ingobernables, puede hallarse en cualquier parte del mundo, al igual que sus
habitantes ¿no es así? ¿Puedes
responder por qué algunos muchachos se comportan como lo hacen tus
protagonistas? ¿A qué imperativos responden?
Pompeya puede existir en cualquier
parte del mundo, con sus naturales matices culturales. Los protagonistas de mis
historias actúan como lo hacen porque perdieron la dirección o quizás nunca la tuvieron.
Ante el vacío que provoca el desconcierto, o debido al desconcierto que produce
el vacío, buscan un escape. En un tiempo para ellos fueron las drogas. En otro,
el cambio geográfico.
Tres de tus cuatro personajes, deciden salir del país, dos rumbo a
Estados y Unidos y uno realiza un periplo por varios países de Sudamérica, ¿por
esos años la única salida a tanto atraso y desgracia era solo emprender rumbo a
otra parte?
Quizás había otras opciones,
otras formas de enfrentar y superar el desafío que planteaba esa realidad. Para
Los Ingobernables, no.
Sin embargo, llegar a esos lugares no hacía más que incrementar el
dolor y falta de pertenencia. Así lo dejas patente en tu relato La cocina del Infierno. Y a propósito, ¿a
qué hace referencia el título?
Para idear su técnica narrativa se inspiró en el pintor Jackson Pollock |
El título de La Cocina del Infierno lo tomé del nombre de un antiguo barrio de
los bajos fondos de Nueva York. Barrio que sigue existiendo, pero completamente
rescatado y renovado. A principios del siglo XX, en cambio, era nido y cuna de
maleantes y mafiosos, la mayoría de ellos inmigrantes europeos, algunos pocos latinoamericanos.
En el libro no quería referirme a Nueva York como la clásica ciudad de los
rascacielos o la gran manzana. De hecho, ni siquiera la menciono de manera
expresa para evitar lo obvio. La ciudad de Nueva York es mucho más sórdida de
lo que todo el mundo ve. La Cocina del
Infierno es para mí una denominación más acorde con la realidad.
En ese sentido, lo que cuentas a manera de reflexiones, estados de
ánimo, que pueden ser microrrelatos dentro del relato o hasta versos, ¿tienen
que ver contigo?, ¿con tu propia experiencia?
Cuando leí Lima, Hora Cero de Enrique Congrains Martin y Pobre gente de París de
Sebastián Salazar Bondy, dos clásicos de la literatura peruana, me sentí muy
impresionado por la forma que ellos narran la experiencia de los inmigrantes:
uno dentro de su propio país, el otro en el extranjero. Por mucho tiempo vi eso
como algo lejano, distante y remoto. Hasta que de pronto un día terminé
viviéndolo en carne propia.
En el último relato, Comando Meón
tu prosa cambia radicalmente, más no, el lenguaje, porque tus personajes
siguen usando el léxico del barrio, pese a que la mayoría de ellos vivió fuera.
Han cambiado, son distintos, pero vuelven al lugar que los acogió alguna vez y
la amistad continúa como si el tiempo no hubiese pasado, ¿esta reconexión con
la vida que tuvimos y con los seres que dejamos atrás alguna vez se da con
frecuencia en la realidad?
Lo que sucede con Los Ingobernables
es que, pese a haber pasado años viviendo en otros países, desenvolviéndose en
otras culturas, no han perdido su identidad. Siguen sintiéndose parte de ese
barrio donde se conocieron, crecieron y se perdieron juntos. Hablar como lo
hacían entonces es una forma de decirse a sí mismos y entre ellos que nunca se
fueron en realidad.
Confundidos en el grupo, los auténticos 'ingobernables' |
Sucede con frecuencia que al volver a nuestros países de origen es como
si nunca hubiésemos marchado, ¿qué te dice tu experiencia?
Desde que salí del Perú todavía
no he vuelto. No sé si algún día lo haga.
Por otro lado, entre los que vuelven, creo que en una gran mayoría, se
da aquello de querer reproducir algo positivo que hemos visto donde estuvimos.
En el caso de tus personajes, el de
crear un grupo que salvaguarda las buenas costumbres. ¿Cómo has hecho para no
perder las palabras propias de tu tierra? Es como dije antes, como si jamás te
hubieses ido.
El lenguaje conecta con las
raíces. Aquí, en Estados Unidos, forzosamente tengo que hablar en inglés, por mi
trabajo sobre todo, pero hay veces que ni yo mismo entiendo lo que digo. Por
otro lado cuando quiero explayarme en algo, me quedo irremediablemente corto.
Las palabras en inglés se me quedan atravesadas en la garganta. Hablo, pienso y
sueño en español. Leo libros, escucho música y veo películas en inglés. Pero no
dejo de seguir las noticias del Perú por la televisión y converso por teléfono
con mis amigos peruanos.
¿Qué es lo que más destacas de tu obra?
¿Estás conforme con el resultado?
Siempre pienso que pude haberlo
hecho mejor.
¿Qué emociones transitaron por tu ser en pleno proceso creativo?
Me divertí mucho, especialmente con
Los Ingobernables y Comando Meón. La Cocina del Infierno fue una introspección que me permitió
comprobar que la herida estaba cerrada.
¿Tú también fuiste un chico de barrio? ¿Con qué soñabas por aquella
época?
Fui un chico de esquina. Lo sigo
siendo, aunque ya convertido en pájaro madrugador. En esa época soñaba con ser
abogado y hacerme millonario, pero no quería estudiar ni trabajar.
Estados Unidos, ¿puede ser un mundo más inhóspito que Perú?
En ciertos aspectos lo es.
Si quieren saber más del autor o su obra pueden pinchar los siguientes enlaces: |
Me han gustado tanto las preguntas que le has hecho, Elga, como la simpatía y honestidad con la que Fernando ha respondido a ella. Quiero destacar una frase en concreto que me ha gustado, esa que dice 'El lenguaje conecta con las raices' porque a veces no nos damos cuenta, cuando escribimos, del poder de nuestras palabras, de lo que transmiten más allá de su sentido léxico o sintáctico. Las palabras, como dijo alguien sabio, es lo único que tenemos.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Gracias, Ginés. Es un libro que me ha impresionado por muchos motivos: un pasado en común traducido en vivencias compartidas y la experiencia de ser inmigrantes. Por otro lado está el valor en sí de la obra, la forma en que está escrita: con mucha riqueza léxica y una narrativa desbordante. Hay mucho que decir, insisto. Un abrazo, amigo.
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