Pone el mundo en nuestras
manos con un libro interactivo encaminado a mejorar nuestros hábitos mentales y
sociales, y recalca con voz suave que “no es magia, es inteligencia social”. De
esa manera presenta su obra El mundo en
tus manos la destacada escritora y divulgadora científica Elsa Punset, quien además nos asegura que
para alcanzar la felicidad es necesario cerrar el abismo entre cómo pensamos y
vivimos.
Tal parece que
estuviéramos en este mundo solo para sufrir, ¿es posible una vida con alegría?
Tenemos una herencia de
desconfianza hacia la alegría y la risa, porque venimos de un mundo donde el
reto principal era sobrevivir con mucho esfuerzo. Nuestro cerebro está
programado para eso, pero, por ejemplo si sonríes ahora, conseguirás una
química que te hará sentir mejor contigo mismo. Por esa razón, tenemos que
entrenarnos en la risa y la alegría. Hay que aprender a educar nuestra mente,
tal como lo hicimos con nuestro cuerpo. Y ese aprendizaje no tiene por qué ser
aburrido o complicado. Todos podemos hacerlo. Es posible desde el momento que
reconocemos la situación y damos el primer paso.
Entonces, estamos condenados a reaprender si queremos cambiar, pues
somos consecuencia de la crianza y educación que nos dieron nuestros padres,
que hicieron lo mejor pudieron , pero casi siempre lo hicieron mal, ¿no es así?
Todo empieza por tomar
conciencia, y lo vamos a lograr en la medida que estemos comprometidos a
llevarlo acabo. Y aquí tenemos un reto pendiente, que es cerrar el abismo entre
cómo pensamos y vivimos. Tú vida es tu obra, por lo que es vital unir el
pensamiento con la acción, y al hacerlo se convierte en inteligencia emocional
y social. Recuerda "no eres lo que dices,
sino lo que haces".
La autora asegura que estamos diseñados para empatizar con los demás |
¿Por qué si el cerebro es tan plástico, como dice en su libro, es más
difícil desaprender que aprender?
Nos cuesta cambiar por la sencilla
razón de que ya has creado un camino físico, químico y eléctrico en él. Tanto
si tienes que aprender o desaprender tienes que entrenar tu mente. No hay otra forma,
y eso requiere constancia y paciencia.
Somos dependientes y necesitamos de los demás, nos guste o no, y pese a
quien le pese, ¿no es así?
Desde que llegamos a este mundo,
los seres humanos hemos intuido que depender del resto puede ser una fuente no
solo de protección, sino de creatividad. En todos los aspectos, el impacto de
los sentidos de las personas que nos rodean es ineludible. Si bien, estamos dotados para inventar, crear
y transformar de manera individual, todo esto se dispara cuando nos unimos para
pensar colectivamente.
¿O sea que dependemos de los demás para bien o para mal?
Porque nuestra propia naturaleza
nos conduce a ello, a relacionarnos con el resto del mundo. Todo lo que
sentimos nos acerca y relaciona con los
demás. Es nuestra forma particular de comunicarnos, y conforma una gramática
social que aprendemos a nombrar y gestionar por nuestra cuenta. La mayoría en
este asunto vamos a ciegas, y solo lo comprendemos cuando nos interesamos por aprender a conocer al resto y a nosotros mismos a adrede.
Estamos más conectados con todos a través de las redes sociales, y
otros medios, pero nos sentimos solos, ¿qué nos hace falta?
Eso indica que necesitamos
recuperar nuestras conexiones e intimidad con los demás. Significa que debemos
centrarnos en nuestros vínculos sociales reales. No hay duda alguna de que
Internet es una forma revolucionaria de compartir información y potenciar la
colaboración entre personas. Tal como ocurre con los desastres naturales o
conflictos armados. Pero esto no tiene por qué traducirse en una mejora en la
calidad de las relaciones que se establecen a través de estas redes. Internet
solo nos da una sensación de intimidad, que a la larga, nos resulta
insuficiente. No estamos acostumbrados para sentirnos a distancia. Necesitamos
el contacto físico: mirarnos, un abrazo, un beso. Para eso estamos diseñados.
¿Por qué es más fácil agredir a través de las redes sociales?
Estamos programados a empatizar
con los demás y contagiarnos de sus emociones, de modo, que si atacas a alguien
cara a cara, obviamente te vas a conmover por las reacciones que la persona
exhiba o muestre. Por tanto, eso no va a suceder si no la ves; eso no se va a dar si lo pones
por escrito. No te verás afectado de su malestar, y es más, lograrás sentirte
bien porque te brinda una sensación de poder.
La tendencia a ‘cosificar’ a los demás en las redes se potencia, e
incluso en quienes serían incapaces de actuar de esa forma manera mirándole la
cara a alguien.
Con la autora de la nota |
¿De qué manera hallamos nuestro lugar en este mundo?
Lo hacemos integrándonos a un
grupo con el cual nos identificamos. Luego lo comparamos con los demás, y
siempre lo defenderemos aumentando sus cualidades y minimizando sus defectos.
Esto ocurre porque nuestro cerebro está más inclinado hacia la supervivencia
que hacia la justicia universal. Aquí, justamente nace el eterno problema de la
tendencia humana a la discriminación. Es decir, al rechazo gratuito a los demás.
¿Cómo me defiendo de los demás?
Está claro que no estamos diseñados
para dañar conscientemente a quienes vemos o consideramos inocentes, pero
cuando nos conviene podemos llegar a auto convencernos que no lo son. Nuestras
creencias morales están basadas en las emociones más que en la razón. Por eso,
tenemos dificultades, por ejemplo, para explicar por qué estamos en contra de
la homosexualidad.
¿A través de qué medios frenamos o controlamos nuestro lado oscuro?
Como ya dije somos una especie
eminentemente social que necesita de los demás para sobrevivir, por lo que nos
ha interesado desde siempre reprimir determinados instintos naturales para
preservar nuestra supervivencia y éxito evolutivo. Por tanto, nuestra fuerza se
halla en nuestra capacidad de colaboración. De allí que hayamos desarrollado
fuertes emociones como la empatía, la capacidad de sentir remordimientos, celos
y afectos por los demás.
¿Debemos ser más simpáticos que empático o viceversa?
Somos simpáticos cuando
reconocemos las dificultades que experimenta el otro, pero somos empáticos
cuando vamos más allá, y podemos ser capaces de entender esos sentimientos de
manera profunda. Es decir, poniéndonos en su piel, o en sus zapatos.
Si desean saber más de la autora
o sus obras
pueden pinchar
los siguientes enlaces:
"Tu vida es tu obra", me quedo sobre todo con ese mensaje.
ResponderEliminarUn beso
Transmite una seneridad y una seguridad increiblemente admirable.
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarHe llegado hasta aquí buscando el origen de la fase "eres lo que haces" porque acabo de publicar un vídeo en el que explico que, en mi opinión, es un error pensar así.
Mi trabajo es acompañar a gente a conocer (entre otras cosas) qué quieren ellos de sí mismos y esa confusión entre lo que son y lo que hacen genera mucho dolor.
Elsa dice muchas cosas interesantes, pero creo que justo esa no es acertada.
Como juego de palabras "No eres lo que dices, eres lo que haces" puede estar bien y creo más acertado conocer a alguien por lo que hace que por lo que dice, pero creo que incluso Elsa habla a veces de que actuamos contra nosotros mismos y es en esos casos en los que uno no es lo que hace, porque lo que hace está yendo en contra de su esencia.
Os dejo aquí el vídeo en cuestión: https://www.youtube.com/watch?v=38Yjy4Fg-6s
Un abrazo y gracias por difundir un trabajo tan bueno para todos.